martes, 22 de abril de 2014

LECTURA POSIBLE / 141

FABIAN, DE ERICH KÄSTNER. UN JOVEN EN VÍSPERAS DEL NAZISMO

La pregunta, a la que intentaron responder los estudiosos de la historia contemporánea desde hace medio siglo, viene repitiéndose, idéntica, en gran número de documentadas monografías y ensayos: ¿por qué triunfó el nacional-socialismo? A las respuestas bien conocidas, todas ellas insuficientes, que se refieren a las humillantes condiciones que impuso a los vencidos el Tratado de Versalles, al desempleo, la inflación, la marginalidad en la que cayeron los ex combatientes de la Gran Guerra, y las características particulares del nacionalismo alemán, ha venido a añadirse últimamente una nueva.

El 11 de noviembre de 1918, en el Berliner Tageblatt, el crítico y periodista Theodor Wolff escribió que “se asombraba de que una Bastilla rodeada de unos muros tan sólidos pudiera ser tomada de aquella manera. Hace tan sólo una semana existía un aparato administrativo militar y civil ramificado, ajustado a la perfección, con unas raíces tan profundas que nada permitía dudar de su hegemonía en el tiempo… Una inmensa organización militar lo abarcaba todo, en los departamentos y en los ministerios reinaba una burocracia en apariencia invencible. Ayer por la mañana, por lo menos en Berlín, todo seguía allí. Después del mediodía dejó de existir, se esfumó”.

La cita ha sido evocada recientemente por el historiador Horst Möller en un estudio sobre el fracaso de la República de Weimar.* El inapelable derrumbamiento del estado tras la derrota de 1918 figura obviamente entre las causas ya conocidas del posterior auge del nazismo, a lo que también contribuyó el hecho de que la situación del estado que debía sustituir a aquél, implantando unos nuevos valores democráticos, nunca pasó (ni en sus mejores días) de precaria. Según una nueva corriente de la historiografía, a la que se adscribe el mencionado Möller, no se han tenido en cuenta suficientemente hasta ahora las consecuencias que ese derrumbamiento y el ulterior fracaso de la República de Weimar tuvieron desde el punto de vista demográfico, en especial entre los jóvenes.

Stefan Zweig, que no comprendió nada (el mundo de los nazis no era el suyo), se quejó en una carta a la que ya nos hemos referido aquí del radicalismo de los jóvenes. A causa del baby boom que tuvo lugar en los prósperos inicios del siglo XX, y del número de bajas ocasionadas entre los adultos por la Gran Guerra, existía en Alemania un porcentaje desproporcionado de jóvenes, cuya única experiencia de la vida era el derrumbe de lo establecido. Una sociedad genuinamente patriarcal y jerárquica se vio de pronto desprovista de padres y maestros, y cuando estos existían solían ser lisiados que habían sobrevivido a la Gran Guerra, a muchos de los cuales se les privó de la pensión del estado a la que tenían derecho. Los despojos de la sociedad anterior no tenían el menor atractivo para la nueva generación, la cual se fue adhiriendo a las dos tendencias políticas radicales del momento: el nacional-socialismo y el Partido Comunista. Este proceso era visto por Zweig y por la alta burguesía como una preocupante deriva espiritual de la juventud en la que apenas se advertía matiz alguno. El joven Klaus Mann, mejor informado, pudo responder a la carta de Zweig estableciendo profundas diferencias entre los radicalismos existentes, de los cuales uno no perseguía sino “la regresión, el revanchismo y la guerra. No quiero”, escribió Klaus Mann, “comprender a esas personas, las rechazo. En esto consiste mi radicalismo”.

Sirva esta larga introducción para poner en su contexto Fabian, la novela de Erich Kästner que está considerada como uno de los mejores retratos de la juventud de Weimar y que ha publicado entre nosotros la editorial Minúscula en su interesante colección “Alexanderplatz”.

Kästner nació en Dresde, donde hoy dispone de un pequeño museo dedicado a su memoria en la que fue la casa de su tío, un tratante de caballos. Su padre era curtidor de pieles; y su madre, doncella y peluquera. Siendo adolescente, en 1917 debió abandonar los estudios para incorporarse a filas en un regimiento de artillería. La brutalidad de la instrucción militar a la que fue sometido por un suboficial, al que dedicó su poema Sargento Waurich, le afectó al corazón, dejándole secuelas de las que no se recuperó. Tras la guerra, pudo terminar el bachillerato, pasando después a la Universidad de Dresde, donde estudió historia, filosofía y literatura alemana. Se pagó los estudios escribiendo para la prensa, en especial para el Neue Leipziger Zeitung, y en 1927 se trasladó a Berlín. Allí desarrolló la mayor parte de su carrera literaria, hasta que en 1933 Hitler accedió al poder.

En esos breves años Kästner logró forjar un prestigio que le convirtió en referencia de la cultura alemana. Él, en efecto, formó parte de esa traída y llevada categoría de respetados intelectuales caracterizados por su “neutralidad” durante la República de Weimar. Lo cierto es que era bien poco lo que podían identificarse dichos intelectuales con un estado corrupto, fruto de la alianza entre la social-democracia y el centro católico, el cual defraudó pronto las expectativas que su fundación había creado entre las clases humildes. Qué habría ocurrido si los intelectuales se hubieran alineado con la república es hoy un tema que pertenece a la ciencia-ficción, lo que no les impidió correr la misma suerte que los sectores políticos, económicos y sociales, cada vez más reducidos y cada vez más tibios, que aceptaron sostenerla.

Nuestro autor lo fue sobre todo de libros infantiles, y en especial de la saga protagonizada por su personaje Emilio, de la que se vendieron millones de ejemplares y que, a diferencia de la tradicional literatura para niños, no estaba ambientada en territorios mágicos e imaginarios, sino en los suburbios berlineses. En 1931 publica Fabian, su única novela para adultos.

“La actitud cultural bolchevique presente en sus escritos anteriores a 1933” fue causa de que Kästner, que decidió permanecer en Alemania, fuera interrogado en diversas ocasiones por la Gestapo; su casa, registrada; y sus libros, quemados. En esos años publica en Suiza novelas ligeras, y en el Reich obtiene el permiso para publicar bajo pseudónimo su obra teatral Münchhausen, que cuenta las aventuras fantásticas del famoso barón y que en 1943 se convirtió en film de éxito producido por la UFA. Dos años después Kästner regresó a su ciudad natal, encontrándose una Dresde irreconocible a causa de los bombardeos. A ello se refirió en su obra autobiográfica Cuando yo era pequeño: “En mil años se construyó su belleza, en una noche fue horriblemente destruida”.

Trasladado a Munich, fue director de la sección cultural del periódico Neue Zeitung y siguió escribiendo para niños, además de participar como actor y promotor de un cabaret literario. Se convirtió en uno de los rostros del pacifismo alemán durante la Guerra Fría, tomando parte en actos contra las armas nucleares y la guerra de Vietnam. A su muerte, en 1974, a consecuencia de su alcoholismo, se le recordaba únicamente como autor de libros infantiles, y sólo fue incorporado a la nómina de autores alemanes para adultos en 1980, cuando se estrenó el film Fabian, dirigido por Wolf Gremm.**

El argumento de Fabian transcurre en Berlín en los últimos años de la República de Weimar, ya en vísperas del triunfo del nazismo. Fabian es un joven en paro, licenciado en literatura alemana. Sin embargo, en el momento de iniciarse la novela trabajaba como diseñador publicitario en una fábrica de cigarrillos y se sentía satisfecho con su vida. Con su amigo Labude recorría despreocupadamente las tabernas y los teatros berlineses mientras charlaban acerca de las ilusiones de cada cual: Fabian es un escéptico sin grandes aspiraciones, “un observador”, según él; Labude, joven brillante que lleva cinco años trabajando en su tesis, participa en reuniones socialistas y tiene una novia con la que espera casarse. Un día Fabian encuentra a Cornelia, la bella y sensata oficinista cuya habitación de alquiler resulta estar en el mismo piso que la de Fabian. Los jóvenes se aman, hacen planes. Al día siguiente Fabian es despedido.

Este último acontecimiento marca el tono y el contenido de la narración. Lo que parecía seguro se trastorna; lo realizable, deja de serlo. A partir de aquí la novela, que habría debido llamarse De camino a la puñeta, título que fue descartado por su editor, desciende paso a paso hacia el abismo: Labude descubre que su novia está con otro, y además su tesis es rechazada. Al desempleado Fabian le abandona Cornelia, la cual por su parte es engullida por la industria del cine, con uno de cuyos eminentes productores debe acostarse a fin de conseguir un papel. “¿Qué hemos hecho?”, preguntará más tarde la joven a su ex amante, cuando ya a ninguno le quede resquicio para la marcha atrás. En medio, Kästner nos ofrece un episodio de la vida cotidiana en el Berlín de 1927: un tiroteo en el que resultan heridos dos jóvenes, un comunista y un nacional-socialista.

El retrato de los protagonistas se completa con el de personajes secundarios que nos ilustran acerca del estado moral de las cosas: el periodista que escribe mentiras y que, de este modo, afirma “contribuir a hacer lo equivocado de manera consecuente”; el oscuro y mediocre funcionario subalterno que, en broma, se convertirá en responsable de una tragedia; la entrometida casera del edificio donde vive Fabian. Todos ellos son habitantes de ese Berlín “que se ha convertido en un manicomio”, y todavía más: de esa “sala de espera llamada Europa, porque de nuevo no tenemos ni idea de lo que va a pasar, porque vivimos provisionalmente, la crisis no termina nunca”. Esa atmósfera de crisis es descrita por el narrador mediante una cita de las Meditaciones metafísicas de Descartes: “Ya hace años que me di cuenta de cuántas cosas inexactas había tomado por ciertas, desde mi juventud, y de cuán dudoso era todo lo que luego construí sobre esa base. Por eso pensé que, de querer edificar alguna vez algo sólido y duradero, debería, por una vez en la vida, derribarlo todo desde sus cimientos para empezar desde un principio. Mi espíritu está libre… De manera que voy a retirarme en soledad para emprender, con seriedad y libertad, este derribo general de todas mis opiniones”. Comentario a este pasaje es la siguiente afirmación de uno de los personajes del libro: “No pereceremos por el hecho de que algunos de nuestros contemporáneos sean especialmente infames, ni tampoco porque algunos de estos individuos sean precisamente los que administran nuestro globo. Estamos pereciendo a causa de la pereza de nuestras almas. Queremos que esto cambie, pero nosotros no queremos cambiar”.

La Historia ha otorgado clarividencia a este libro de Erich Kästner, un libro que, de manera inquietante, parece haber sido escrito ahora mismo. En 1950, con motivo de una reedición de Fabian, su autor redactó un prólogo en el que trató de explicar la naturaleza del mismo como una sátira, corriente literaria, por cierto, de noble tradición en las letras germanas: “La caricatura, un medio legítimo del arte, es lo más extremo que éste puede emplear. Si eso no ayuda, ya no hay nada que pueda ayudar… Desde luego, sería raro que esto desalentara al moralista. Su lugar habitual es y seguirá siendo el de las causas perdidas”.

La narración, que los críticos adscribieron en su momento a la llamada “Nueva Objetividad”, está escrita con un ritmo cinematográfico y diríase con urgencia: la urgencia de dejar testimonio antes de que fuera tarde. Muchos de los personajes de este Berlín demónico al que se refirió también Walter Benjamin son parte de esa clase media que sería la primera en vestir camisas pardas y que se dejaría arrastrar por la exaltada fraseología de su Führer. “¿Es que él no había sentido nada?”, se pregunta Fabian, “aparte de la mentira y la secreta y maligna violencia que reinaban allí y que convertían a generaciones enteras de niños en obedientes funcionarios del Estado y en ciudadanos de cortos alcances?” El libro tiene como subtítulo La historia de un moralista, y la oportuna pregunta que este escritor genial e intuitivo que fue Erich Kästner pone en boca de su joven personaje es la misma que ahora se hacen los historiadores. La que acaso nos debiéramos hacer también nosotros.
__________________

* Horst Möller, La República de Weimar. Una democracia inacabada (Antonio Machado Libros, 2012)

** Wolf Gremm nació en 1942. Dirigió varios largometrajes en los años setenta y primeros ochenta, siendo Fabian su mayor éxito. Amigo íntimo de Rainer Werner Fassbinder, hizo que éste protagonizara su película Kamikaze 1989 (1982). Al morir su amigo, Gremm le dedicó el documental para la televisión Letzte Arbeiten, que contiene algunas escenas del rodaje de Kamikaze 1989 y de Querelle, así como la que al parecer es la última entrevista que concedió Fassbinder. “Nos conocimos en un partido de fútbol”, comentó. “Él estaba rodando Berlin Alexanderplatz y yo trabajaba en Fabian...” Wolf Gremm ha hecho la mayor parte de su carrera en la televisión.
__________________

Algunos fotogramas de Fabian, la película de Wolf Gremm, con Peter Hallwachs en el papel principal.






No hay comentarios:

Publicar un comentario