sábado, 10 de noviembre de 2012

DISPARATES / 47

Emil Nolde, En el Café
DEL DAÑO COLATERAL Y LAS BAJAS DE LOS RECORTES (I)

Zygmunt Bauman

Sólo se tarda unos pocos minutos y un par de firmas en destruir lo que a miles de cerebros y el doble de manos costó muchos años construir.

Esta es, acaso, la más abrumadora y siniestra pero irresistible atracción de la destrucción que se ha conocido, aunque en ningún momento la tentación ha sido más indomable que en las precipitadas vidas que vivimos en nuestro mundo obsesionado por la velocidad y la aceleración. En nuestra moderna sociedad líquida de consumidores, la industria de desahucios, mudanzas y traspasos construida a partir de la idea de liberarse de las cosas es uno de los pocos negocios que tienen asegurado un crecimiento continuo y sobreviven intactos a los caprichos de los mercados de consumo. Después de todo, ese negocio es absolutamente indispensable si se pretende que los mercados procedan del único modo en que les es posible actuar: avanzando de un círculo de objetivos superados a otro, despejando en cada ocasión el residuo resultante junto a las medidas culpables de producirlo.

Obviamente, esta es una forma extraordinariamente derrochadora de proceder y, de hecho, el exceso y el despilfarro son los principales azotes de la economía consumista, condenados a ser inseparables hasta que la muerte (compartida) los separe. Sin embargo, los calendarios de los ciclos de exceso y derroche, normalmente esparcidos en un amplio espectro de la economía consumista y atados a sus propios ritmos no sincronizados, se sincronizan, se coordinan, se superponen y fusionan, haciendo insostenibles e inalcanzables los intentos de disimular las grietas y fisuras con el equivalente económico de la cosmética de los liftings y trasplantes de piel. Donde la cosmética falla, se solicita e incluso se exige, aunque con renuencia, cirugía general. Llega el momento de la “racionalización”, las “nuevas disposiciones” o el “reajuste” (nombres clave políticamente fomentados para designar la ralentización de las actividades consumistas) y la “austeridad” (nombre en clave para los recortes en el gasto público) con la esperanza de propiciar una “recuperación liderada por los consumidores” (nombre en clave para utilizar el dinero ahorrado de las arcas del Tesoro para recapitalizar a los agentes que alimentan y activan el consumismo, en especial los bancos y los emisores de tarjetas de crédito).

Este es el tiempo en que vivimos actualmente, después de una masiva acumulación y congestión del exceso y el derroche y el colapso resultante del sistema de crédito con sus incontables bajas colaterales. En la estrategia vital, sostenida por el crédito, de “disfruta ahora, paga mañana” –alentada, fomentada y estimulada por las fuerzas conjuntas de las técnicas de marketing y las políticas gubernamentales (adiestrando a sucesivas cohortes de estudiantes en el arte y la costumbre de vivir de créditos)–, los mercados de consumo encontraron una varita mágica con la que transformar a multitud de Cenicientas, consumidores inactivos e inútiles, en huestes de deudores (generadores de beneficios), aunque, también como en el caso de Cenicienta, solo por una única noche deslumbrante. La varita hizo su magia con la ayuda de la promesa de que cuando llegara el tiempo de pagar, el dinero necesario se conseguiría fácilmente del valor de mercado acumulado en las maravillas adquiridas. Prudentemente excluido de los folletos estaba el hecho de que los valores de mercado se acumulaban por las promesas de que las hordas de los capaces y voluntariosos compradores de esas maravillas seguirían creciendo; en palabras más sencillas, el razonamiento detrás de esas promesas era, como las burbujas que inflaban, circular. De creer a los traficantes de crédito, tendríamos que esperar que el préstamo hipotecario que hemos adquirido para nuestra casa terminaría siendo reembolsado por la propia casa, a medida que su precio continuaba al alza, tal como había ocurrido en años recientes, forzada a seguir aumentando de precio mucho después de que el préstamo se devolviera en su totalidad. O podríamos creer que el préstamo que obtuvimos para financiar nuestros estudios universitarios sería reembolsado, con un enorme interés, por los fabulosos sueldos y beneficios que esperan a los poseedores de las titulaciones…

Las sucesivas burbujas han estallado y ha aflorado la verdad, aunque, como en la mayoría de los casos, después de haber perpetrado el daño. Y en lugar de las ganancias tentadoramente prometidas para ser privatizadas por la invisible mano del mercado, las pérdidas se nacionalizan a la fuerza por un gobierno propenso a fomentar las libertades del consumidor y elogiar el consumo como el atajo más corto y seguro a la felicidad. Son las víctimas más severamente golpeadas por la economía del exceso y el derroche las que están obligadas a pagar sus costes, tanto si confiaron o no en su sostenibilidad o si creyeron o no en sus promesas y se rindieron abnegadamente a sus tentaciones. Quienes inflaron la burbuja muestran poco o ningún signo de sufrimiento. No son sus casas las que son embargadas, no son sus prestaciones por desempleo las que se ven recortadas, no son las guarderías de sus hijos las que están condenadas a no construirse. Son las personas seducidas o forzadas a la dependencia de los préstamos quienes reciben el castigo.

Entre los millones de castigados hay cientos de miles de jóvenes que creyeron, o a quienes no se les dio otra opción que la de comportarse como si creyeran que la planta superior es ilimitada, que un diploma universitario es todo lo que uno necesita para que le franqueen el paso y que una vez comenzaran a reembolsar los préstamos asumidos el camino sería puerilmente sencillo, a juzgar por el nuevo valor del crédito que viene junto al hecho de vivir en la planta alta, pero que ahora afrontan la perspectiva de garabatear innumerables solicitudes laborales, rara vez dignificadas con una respuesta, un desempleo infinitamente prolongado y la necesidad de aceptar trabajos inseguros y sin futuro, muy alejados de las plantas altas, como única opción…

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