martes, 13 de noviembre de 2012

DISPARATES / 50


ZYGMUNT BAUMAN: NUEVAS PROPUESTAS PARA UN PENSAMIENTO SOCIAL

Hace dos años, en vísperas de las navidades, y como posiblemente sucederá de nuevo ahora, las portadas de la prensa de Estados Unidos celebraron las avalanchas de compradores que volvían a llenar los centros comerciales con grandes y eufóricos titulares en los que se anunciaba el fin de la crisis y “la vuelta a la normalidad”. Por esas fechas apareció un informe que no fue conocido por el gran público y cuyos autores, miembros de un grupo de investigación social de la Universidad de Rutgers (New Jersey), titularon El sueño americano hecho añicos. En el mismo se recogían datos de una muestra de población desempleada que daban pie a sus autores a considerar que, entre los encuestados, uno de los rasgos dominantes era la pérdida de fe en la idea de que “si uno se lo propone y trabaja duro, puede progresar”. Bauman, que cita las estadísticas proporcionadas por dicho estudio, se pregunta: “¿En qué página del periódico se publicarán?”

En diferentes pasajes de Esto no es un diario (Paidós, 2012) Bauman se interroga también acerca del sentido de esa reflexión individual suya que nace ya con la vocación de ser compartida. A ello alude en su discurso a la recepción del Premio Príncipe de Asturias en 2011, que se reproduce en sus páginas y en el que aludió al Quijote y a su creador: “Don Quijote no fue un conquistador, fue conquistado. Pero en su derrota, tal como nos enseñó Cervantes, demostró que la única cosa que nos queda frente a esa ineludible derrota que se llama vida es intentar comprenderla”. Y añade: “Cervantes [nos presentó] el mundo en toda su desnuda, incómoda, pero liberadora realidad: la realidad de una multitud de significados y una irremediable escasez de verdades absolutas. Es en dicho mundo, donde la única certeza es la ‘certeza de la incertidumbre’, en el que estamos destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, destinados a comunicar y, de ese modo, a vivir el uno con y para el otro”.

Esto no es un diario, el hasta ahora último libro de Zygmunt Bauman, está concebido, pese a su título, como un diario en el que se tratan temas de actualidad y que abarca los últimos meses de 2010 y los primeros de 2011, y en el que el autor vuelve a hacer uso de sus ya bien conocidos rigor y originalidad en el análisis crítico de la sociedad actual. Según Bauman, pensar la vida es una de las condiciones previas para disfrutarla y para proponer alternativas a los problemas que ella nos presenta. Los textos de este libro, mayormente inspirados por la lectura de la prensa, son el producto de la reflexión de un hombre que aborda los problemas de la actualidad con el bagaje teórico y práctico de quien, a sus ochenta y cinco años, tiene ya una dilatada y profunda reflexión a sus espaldas, razón por la cual Esto no es un diario se convierte en un involuntario compendio del pensamiento de Bauman y en una magnífica excusa para adentrarse con más detalle en su obra anterior. En dicha obra, la modernidad aparece metafóricamente caracterizada por el autor, como ya saben sus lectores, por el estado líquido, inseguro e inestable, de la misma: “Nuestra época”, escribe, “destaca por pulverizar todo, aunque nada tan a fondo como la imagen del mundo, una imagen que se ha vuelto tan puntillista como la de la propia época que la está rayendo y reduciendo a polvo”. Descifrar dicha imagen significa introducirse en la aventura de conocer y comprender el presente.

Se trata, como sabemos ya, de un presente poco halagador, sumido en una deriva regresiva que no parece tener fin, que es guiada por una exigua minoría en contra del interés mayoritario y que pone en cuestión avances sociales que creíamos incuestionables y contra los que hoy se atenta en todo el mundo. Baste un dato: a comienzos del siglo XXI, el 5% más rico de la población mundial recibe un tercio de la renta global total, que es lo mismo que le corresponde al 80% más pobre de los habitantes del planeta. “La gravedad de la crisis tal vez sea el resultado de la intensidad de la desregulación, pero la dureza y la acritud de sus efectos humanos continúan estando firme y tenazmente controladas por el factor de clase”. Pues en efecto, escribe Bauman, “la suya es una sociedad de clases, señora, y la suya también, señor, y ténganlo muy en cuenta, si no quieren que su amnesia termine en terapia de choque”. La visibilidad y la profundidad dramática de los perjuicios ocasionados por este factor de clase aumentan a medida que vamos “retrocediendo cada vez más a unos abominables niveles de desigualdad que no se recordaban desde la era del capitalismo temprano”, lo que implica que la actual sea “la primera generación de postguerra que se enfrenta a la perspectiva de una movilidad (social) descendente”. Así, mientras los ejecutivos de Goldman Sachs cobran una media de 700.000 dólares anuales, y mientras ocho grandes bancos norteamericanos y europeos pagan a sus altos cargos 543.000 dólares de media al año, un total de cuarenta y cuatro estados norteamericanos han recortado las prestaciones sociales a los hogares que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza, lo que significa, por ejemplo, que “una familia de tres miembros sólo tiene derecho a la asistencia pública si sus ingresos conjuntos son inferiores a 1.383 dólares mensuales (1,5 dólares por persona y día)”. El 15,1% de pobreza extrema es un dato que apenas llama ya la atención en el país más rico del planeta.

El mismo factor explica la total disparidad existente entre las dos caras de la desregulación, como Bauman nos recuerda: “Cuando sus operaciones de elevado riesgo salen bien, [los bancos] se quedan con las ganancias, pero son los contribuyentes quienes absorben las pérdidas cuando esas jugadas son perdedoras y ponen en peligro todo el sistema. Los banqueros tienen incluso un término especial para referirse a esa táctica, YMHI: para cuando las apuestas salgan perdedoras, yo ya me habré ido (cobrando una jugosa prima, por supuesto)”. Frente a eso, se extienden cada vez más “los desiertos del desempleo”, lo que se observa en el hecho de que “el número de trabajadores empleados tras cada una de las depresiones que van azotando sucesivamente la economía es menor que el registrado antes de que se contrajera por última vez. Pues ya es un hecho admitido que, incluso sin crisis, el número de trabajadores disminuye drásticamente, al igual que los subsidios sociales. Bauman resume: “No se trata, pues, de manejar de manera diferente unos fondos de ayuda crónicamente insuficientes, sino, más bien, de hacer política, pues políticos son el desafío y la tarea que tenemos por delante”.

Ésta, sin embargo, tendrá que ser una nueva política, ya que Bauman constata cómo la actual y salvaje regresión social está estrechamente vinculada a un imparable descrédito de aquello que llamábamos “lo político”. Dicho descrédito, que es el mismo que sufre la democracia, tiene principalmente dos motivos en los que Bauman insiste en diversos pasajes de su obra: por un lado que el Estado ha dejado de desempeñar las funciones que lo legitimaban en la era moderna, dejando que las necesidades colectivas que antes cubría pasen a formar parte de la esfera privada o de lo que él llama “la política de la vida”; y por otra la liquidación de la socialdemocracia, que parece haber cumplido con creces su ciclo histórico. “Hoy”, según Bauman, “es de los ‘individuos por decreto’ de quienes se espera que conciban y apliquen sus propias soluciones individuales a unos problemas generados a nivel social”, lo que para colmo se nos presenta como “un avance de la autonomía”. Y añade: “La política de los partidos socialdemócratas se ha articulado a partir del principio de que ‘aquello que vosotros (el centro-derecha) hacéis, nosotros (el centro-izquierda) podemos hacerlo mejor’”. Esta fórmula era producto de la pérdida sufrida por la socialdemocracia de su “propio electorado independiente, sus fortalezas y bases sociales”, una pérdida que era consecuencia entre otras cosas de la reconversión industrial a la que contribuyeron de buen grado los mismos partidos socialdemócratas, y que ha terminado por acarrear la falta de identidad de la izquierda. La solidaridad que nutrió a ésta “fue un fenómeno endémico propio de la desaparecida sociedad de productores, y el antiguo electorado de la socialdemocracia se ha disuelto en el resto del conjunto de consumidores solitarios”.

Los asuntos abordados por el autor abarcan campos como la cultura de masas, las nuevas realidades virtuales y las pautas de conducta creadas por la electrónica, la naturaleza del Estado y la antropología. A lo que hay que añadir una de las preocupaciones mayores de Bauman: la juventud, que se encuentra hoy al borde de lo desechable. “Lo que los salva [a los jóvenes] de una completa obsolescencia (aunque por poco) y les asegura cierto grado de atención adulta es su actual y potencial contribución a las demandas del consumo. La juventud se forja y se piensa como ‘otro mercado’ listo para ser comercializado y explotado”. O dicho de otro modo: la viabilidad y las posibilidades de éxito de los jóvenes de hoy parecen depender no ya de su educación o de su aptitud laboral, sino de su capacidad para integrarse en los todopoderosos mercados de consumo.

Los textos de Bauman proporcionan una descripción fragmentada, rica, a menudo irónica, siempre insustituible, de nuestro mundo, el cual reúne motivos suficientes para la inquietud. Esa misma inquietud, según confiesa Bauman, es la que le provoca a él al acto casi compulsivo de la escritura, “ese juego de las palabras que es para mí el más celestial de los placeres” y que constituye finalmente el medio necesario para que se despliegue su pensamiento, o, como él dice, “la razón subyacente que hace que la búsqueda de razones resulte tan desesperada e infructuosa como ineludible”. De esa búsqueda, tan necesaria en medio de la irracionalidad reinante, participará también el lector de este libro, cuyo autor considera que su obra es un intento de “salvar nuestro sentido autocrítico” y que es uno de los pensadores que más ha contribuido a iluminar las sombras de este tiempo.

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