martes, 21 de mayo de 2013

LECTURA POSIBLE / 101


GENET, EL POETA DEL BARRIO CHINO, VISTO POR JUAN GOYTISOLO

En esa efusión de vida, de sensualidad y sexualidad que es Santa María de las Flores, la primera novela de Genet, el narrador describe así a uno de sus personajes: “Está armado. Tanto y con tanta calma que su virilidad observada por los cielos tiene la fuerza penetrante de los batallones de guerreros rubios que nos dieron por culo el 14 de junio de 1940 sosegadamente, seriamente, con la mirada en otra parte, caminando en medio del polvo y del sol”. Pocholo (tal es el nombre del personaje), como Divina, o como el mismo Santa María de las Flores, o como los personajes que aparecerán en una novela posterior, Diario del ladrón, es producto de la experiencia vivida en apartamentos cochambrosos, pensiones de mala nota, urinarios públicos, cabarets, cárceles y sobre todo en la calle, calle maldita, nocturna y bulliciosa en la que los chaperos se buscan la vida antes o después de hacer la obligada visita a La Criolla, santuario de prostitutas e “invertidos” que se encontraba en la barcelonesa calle del Cid, de la que hoy quedan sólo unos metros entre el Paralelo y la avenida de Les Drassanes.

No se conoce con exactitud la fecha en que Jean Genet arribó a Barcelona, aunque Goytisolo sugiere que su estancia debió abarcar entre noviembre de 1933 y abril de 1934. Genet, niño de la Asistencia Pública que no obtuvo su partida de nacimiento hasta los veintiún años, hijo de Gabrielle Genet y de padre desconocido, procedía de la colonia penitenciaria de Mettray y del ejército, en el que sirvió primero como “jenízaro colonial” en Siria y luego, reenganchado, como miembro del Séptimo Regimiento de tropas indígenas de Meknès (Mequinez), en Marruecos. Por entonces Genet, que había sido expulsado del ejército por “indecencia”, se hallaba en los inicios de una prometedora carrera de vagabundo que habría de llevarle, después de Barcelona, a recorrer varios países y cárceles de Europa. En ellas escribiría su obra narrativa y sus piezas para el teatro, que despertaron la admiración en primer lugar de Jean Cocteau y después de Sartre, que le dedicó su Saint Genet, comédien et martyr, libro que viene a probar filosóficamente que “el genio no es un regalo, sino la forma que uno inventa en situaciones desesperadas”, y que volvió a servirle de inspiración en el personaje de Goetz en la obra Le Diable et le Bon Dieu.

El libro de Juan Goytisolo Genet en el Raval que se editó en España en 2009, y que ahora ha sido publicado en Francia por Fayard, reúne cuatro textos que ya habían aparecido previamente por separado y a los que en este volumen han venido a unirse algunas cartas dirigidas por Genet al autor entre 1958 y 1970. A través de estos textos Goytisolo reconstruye y nos devuelve una imagen de Genet, la del personaje que ha podido rastrear en el pasado y la que nos entrega en primera persona por medio de su trato continuado a lo largo de los años, a partir de su encuentro en 1955.

La amistad de Genet no dejó de ejercer su influencia sobre aquel joven catalán y exiliado que por entonces andaba en París colaborando en publicaciones como El Ruedo Ibérico, buscando sus señas de identidad y a su Juan Sintierra, descubriendo la obra de otro exiliado, Blanco White, y empezando a formar una obra literaria, y también moral, que habría de ser una de las más importantes y singulares escritas en castellano en la segunda mitad del siglo XX. Obra literaria de un autor en activo que por desgracia parece haber abandonado la narrativa, con la única excepción en los últimos años de El exiliado de aquí y de allá (2008), donde resucitó al Monstruo del Sentier, pero que en cambio nos ha deparado recientemente diversas obras ensayísticas en las que no sería disparatado reconocer la presencia de Genet, quien, según nuestro autor, “me enseñó una línea moral que he tratado de mantener siempre”. Así, este libro se convierte también en un capítulo no menor de la biografía de Juan Goytisolo.

El primero de los textos, que da título al libro, intenta ser una reconstrucción del joven Genet a su paso por Barcelona. Nos encontramos aquí con un Genet caído en la abyección y que había decidido “asumirla y convertirla en virtud suprema”. En las andanzas de este hombre que se prostituye para mantener al manco Stilitano, el cual “reunía en su persona el rigor del soldado, el aventurero, el sicario, el hampón”, está ya la materia prima de los libros que escribirá más tarde en la cárcel parisina de la Santé, especialmente su Diario del ladrón, que sirve a Goytisolo para trazar el retrato del Genet decidido a convertir la inmoralidad en nueva y revolucionaria moral: “Cuanto mayor sea mi culpabilidad a vuestros ojos, entera y totalmente asumida, mayor será mi libertad y más perfectas mi soledad y mi unicidad”. En vano se buscará en este período el más leve contacto con los círculos literarios, cosa que por cierto se convertirá en rasgo característico del resto de la vida de Genet, de quien sólo queda aquí constancia del voluntario desorden de su vida, convertida en indigencia y en aventura libre y alegremente asumida. A ello se refirió en una carta enviada a André Gide: “Estoy sin un duro en Barcelona; soy huérfano y voy errando de café en café”.

En el segundo texto, El territorio del poeta, Goytisolo recuerda su primer encuentro con Genet en el piso de Monique Lange, a quien aquél acababa de conocer y que unos meses después pasaría a ser su compañera. En ese piso de la rue Poissonnière aparecería Genet a menudo, siempre sin previo aviso, liberado de la amenaza de cadena perpetua que había pesado sobre él a causa de sus reiterados arrestos, aunque no de sus hábitos de vagabundo. Por entonces Goytisolo había leído Diario del ladrón, en el que, “a la expresión personal, fascinadora e insólita del autor se agregaba la introducción a un mundo para mí desconocido; algo presentido de modo oscuro desde la adolescencia, pero que mi educación y prejuicios me habían impedido verificar”. Genet ya es un autor reconocido y sus obras de teatro se interpretan en todo el mundo, pero es, como constata Goytisolo, persona poco dada a conversar sobre su obra, con respecto a la cual se impone a sí mismo una distancia infranqueable. Y cuando, cosa rara, accede a tomar parte en un acto mundano en el que se codea con los intelectuales de la época, él será, escribe Goytisolo, “el halcón introducido por error en una asamblea de pavos reales”.

El autor nos deja interesantes testimonios de las opiniones de Genet en materia política. Nos habla de sus simpatías por la causa de los exiliados españoles y de su atracción por esa mentalidad de “fortaleza sitiada” de los partidos comunistas, pero también de su incomprensión hacia el hecho de que Goytisolo y sus amigos se ocupen sólo del tema español, lo que es causa de que les castigue con su ironía. Antonio Machado, cuyo Juan de Mairena le presta Goytisolo en una traducción francesa, no le interesa en absoluto, y lo tilda de “autor reducido y estrecho; su castellanismo es una forma de contemplarse narcisistamente y resucitar los valores retrógrados del paisaje”. Además, Machado no sólo escribe en español, sino que también quiere ser español, una identificación cultural que para Genet, que manifestó en multitud de ocasiones su desprecio hacia las naciones europeas y en particular hacia Francia, no es más que chovinista. Y añade: “La patria sólo puede ser un ideal para aquellos que no la tienen, como los fedayin palestinos”. Juicio al que Genet volvería a referirse más tarde en diversos artículos, tras sus visitas a los campos de refugiados.

A este tema se refiere el tercero de los textos incluidos en el libro, en el que Goytisolo comenta el último de los libros de Genet, Un cautivo enamorado, que se publicó póstumamente y que es producto de la familiaridad que su autor alcanzó con la resistencia palestina. El comentarista sugiere que tal vez Un cautivo enamorado sea la obra más bella y original de Genet, a la vez que la más incomprendida. Y esto a causa de la concepción misma que de la literatura había alcanzado Genet en esos años, lo que explica que el libro, además de tratar de la revolución palestina, sea también “una reflexión aguijadora, casi siempre insólita, sobre la escritura, la memoria, la sociedad, el poder, la aventura, el viaje, la rebeldía, el erotismo y la muerte: la de los personajes que aparecen en el mismo y la del propio autor, acaecida mientras corregía las últimas pruebas de imprenta”. Un libro, pues, caracterizado por su radicalidad poética tanto como por su significado político. Significado que aquí se entrelaza coherentemente con el autor comprometido con la independencia de Argelia, con la lucha de los Panteras Negras en Estados Unidos y la de los inmigrantes en Francia, así como con las grandes esperanzas (y la amarga decepción final) del Mayo del 68.

El poeta enterrado en Larache es el título del texto que cierra el volumen, y que viene a ser un sincero homenaje del autor a este hombre que quiso ser enterrado en el viejo cementerio español de Larache, frente al mar. “La fascinación ejercida por este solitario del mundo”, escribe Goytisolo, ha escapado a sus manos y puede adoptar formas imprevistas en el campo de la leyenda”. Y es que igual que Sartre vio en él a un santo de esa religión laica que es la existencia, también Goytisolo cree advertir signos que emparentan a Genet con los santos populares y proscritos del islam, los llamados malamatís que exhibían una conducta reprensible a ojos del prójimo. Y Goytisolo se pregunta: “¿Se convertirá con los años en uno de esos santos a quienes los romeros, tras anudar las cintas de sus exvotos en los árboles cercanos a la tumba, colman de humildes presentes y solicitan favores?” Por ahora, de la tumba de la “maricona” Genet, como le gustaba llamarse, parece que se ocupa sólo alguna mano anónima, encargada de que su lugar de descanso no desentone del jardín en que el cementerio, hoy abandonado, ha devenido con el paso del tiempo. Para muchos su obra sigue siendo una especie de acción soez y vandálica. Basta, sin embargo, acercarse a cualquiera de sus libros, hermosamente escritos, para comprender que se trata de un vandalismo tan poético como necesario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario