martes, 14 de enero de 2014

DISPARATES / 92

MARILYN MONROE EN ESCENA: TEXTO Y VOZ DE LA MUJER FRAGMENTADA

En 2007, Bernard Comment, escritor suizo responsable de una de las colecciones literarias de Éditions du Seuil, fue invitado a una cena en París en la que compartió mesa con el productor de cine Stanley Buchthal. Amigo de Anna Strasberg, viuda del fundador del Actor’s Studio, Buchthal le habló de la existencia de unos textos inéditos de Marilyn Monroe escritos entre 1943 y 1962, el año de su muerte. Los Strasberg habían heredado todas las posesiones de la actriz, que no eran muchas, y entre las que figuraban, además de su biblioteca, estos cuadernos manuscritos, una colección de cartas, textos dispersos y poemas. Comment se reunió con Anna Strasberg en Nueva York y obtuvo de ella la exclusiva de los derechos de publicación de dichos textos, que finalmente aparecieron en 2010 con el título de Fragments (Fragmentos, en la traducción española que publicó ese mismo año Seix Barral). “Es una visión completamente nueva del mito. Al leerla se entiende hasta qué punto Marilyn siempre quiso escapar del papel en que Hollywood la encerraba. Era una mujer sensible, profunda, exigente”, explicó Bernard Comment en una entrevista al diario Le Matin. Son estos textos íntimos los que ha recogido ahora Samuel Doux, quien los ha convertido en pieza dramática que se estrenará en Orléans el 15 de enero.

Samuel Doux nació en 1974. Hombre polifacético, ha realizado una quincena de documentales para el canal de televisión ARTE y algunos cortometrajes que han sido presentados en diversos festivales internacionales. Debutó en el teatro como director de la compañía L’œil écoute, con la que ha creado diversos espectáculos, algunos de los cuales han podido verse en el Festival Off de Aviñón. En 2010 dirigió Le Horla, adaptación cinematográfica del relato del mismo título de Maupassant, y dos años después publicó su primera novela, Dieu n’est même pas mort (Éditions Julliard). El año pasado presentó en el Centre Dramatique National de Orléans La fin du film, sobre un texto de Arthur Miller. El mismo escenario y la misma actriz que encarnó entonces a la protagonista, Lolita Chammah, que ha interpretado a la Salomé de Oscar Wilde y a una de las protagonistas de Les bonnes, de Genet, pondrán en pie ahora los textos de Marilyn, dando voz a esta mujer que escribió: “Yo no soy M.M.” Ella, según Doux, entre una realidad a partir de la cual debía construirse y una ficción que la permitía vivir, se encontró en una tierra que no era de nadie, una tierra de abandono, sin límites, “siempre en medio, ni niña condenada ni mujer realizada”, y fue sirviéndose de estas palabras dirigidas a sí misma como “trató de poblar ese espacio”.

La Marilyn que presenta Doux es “una mujer que aparece brutalmente, una mujer que escribe”. Mujer despojada de sus oropeles de estrella que en su desbordante soledad lo escribe todo, por necesidad, para comprenderse y comprender a los otros. La obra se inicia con las siguientes palabras: “Encuentro que la sinceridad y ser sencillo y directo como (posiblemente) me gustaría ser es tomado a menudo como una pura estupidez. Y ciertamente, ya que este no es un mundo sincero, es muy probable que ser sincero sea de estúpidos. Es probablemente estúpido ser sincero porque ni en este mundo ni en ningún otro estamos seguros de existir, lo que quiere decir (ya que la realidad existe y debemos ser con ella, ya que existe una realidad en la que debo decir que no soy M.M.) que no se me permite existir”. Esta mujer poeta a la que no se permitía existir, lectora de James Joyce, Samuel Beckett y Fiodor Dostoievski, luchó gran parte de su vida por desembarazarse del personaje que la industria le había adjudicado y en el que la había embutido como en una segunda piel, el de un producto de consumo, ahogando en ella lo que no encajaba con el personaje, imponiéndole un alienante papel del que trató de escapar por medio de paternales figuras masculinas, y cuando éstas le fallaban a través del alcohol, las drogas y estos escritos suyos, a veces ingenuos, casi aniñados, a veces profundos y rebeldes.

Por ellos es posible acceder a la biografía interior, oficiosa, de una mujer que era amada por todos menos por ella misma, y cuya “falta de profesionalidad” de los últimos años, sus ausencias, su impuntualidad, cabe ser interpretada como una forma de resistencia, una progresiva huida de los engranajes de una voraz industria. “Hay algo sorprendente en ella: su absoluta, irremediable, a veces intolerable, incapacidad para mentir”, escribió Arthur Miller, quien tampoco, al igual que sus otros esposos y amantes, desde Elia Kazan y Marlon Brando hasta los hermanos Kennedy, supo colmar el vacío de Marilyn, ese vacío en el que se combinaban “la tristeza, el resplandor y el ansia”, como escribió Lee Strasberg en un texto que fue incluido en el volumen Fragments. En el mismo volumen, prologado por Antonio Tabucchi, el escritor italiano anotó: “Si las personas escasamente sensibles e inteligentes tienden a hacer daño a los demás, las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes tienden a hacerse daño a sí mismas”. De ahí que “no sólo los poemas, sino también las notas breves y las páginas de sus diarios constituyan de una manera flagrante una búsqueda y una quête. La búsqueda racional de una intelectual que trata de comprender la realidad que la circunda (qué es este mundo, qué significa) y la quête de una persona que se busca a sí misma en este mundo (quién soy yo, qué sentido tengo...). La imagen que Marilyn ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado”.

Pero ¿quién era entonces esta Marilyn Monroe a la que conocemos por lo que otros nos dicen de ella? “Una comediante, una actriz”, contesta el responsable de esta producción. Y añade: “Es la respuesta más simple, la que mejor hace justicia a las palabras que ella sembró como un método para interpretar y sobrevivir”. Porque sucede que Doux no pretende con su obra reemplazar el mito de Marilyn con uno nuevo, quizá tan falso y alienante como el otro, sino, muy al contrario, mostrarnos a la mujer que ante todo es actriz, y que en la interpretación (y por medio de ella) busca su centro de gravedad. Así, Fragments es el retrato de “una mujer que interpreta”, proceso que se verifica con plena consciencia y conocimiento del lugar que ella persigue, lo que puede ilustrarse con la cita que en uno de sus textos hace de Lee Strasberg: “Entre el actor y el suicidio no hay nada más que concentración”.

Marilyn sólo podía expresarse a través de fragmentos, pues su percepción de la vida y de sí misma era también fragmentada. Lectora sobre todo de poesía, sus breves textos, aun carentes de la voluntad de ser literatura, adquieren por sí mismos la forma de una “escritura poética”, según Tiphanie Samoyault, su traductora francesa. Dicha escritura, extendida en un período de casi veinte años, posee la naturalidad de una reflexión coherente en voz alta en la que aparecen temas recurrentes a la manera de leitmotivs, como ocurre en la obra de Beckett, lo que ha facilitado al adaptador la tarea de condensarla en un espectáculo de aproximadamente una hora y media.

El intento de conocer a la mujer que había más allá del personaje de Marilyn Monroe ha dado lugar, todavía en vida de la actriz, a una amplia producción que abarca diversos géneros y disciplinas, empezando por la famosa sesión fotográfica de Bert Stern. Así también Stanley Buchthal, a quien hemos encontrado al principio de esta historia, produjo en 2012 el documental Love, Marilyn, en el que algunas celebridades se explayaban acerca de ella y de lo revelado en sus textos inéditos. La película incluía algunos comentarios extraídos de las memorias de Truman Capote. A ella le dedicó éste uno de los relatos de su Música para camaleones, donde dejó un bello retrato de esta “adorable criatura”. A esos intentos, en los que Marilyn se nos aparece humanizada y renovada, viene a sumarse esta función de Samuel Doux hecha con los fragmentos que de sí misma dejó y con los que trató de componer una persona liberada del cliché que se le había impuesto, y que escribió que “mis rayos con abalorios son del color / que he visto en un cuadro –ah vida / te han engañado”.

A estos fragmentos los envuelve un espacio simbólico habitado por los hombres-padres a los que Marilyn dirigió preguntas que ellos no supieron responder, las que se dirigió también a sí misma cuando hacía sus inmersiones en el alcohol y en la página en blanco, y de las que volvía, ya que no con un material ordenado, analizado fríamente, sí al menos con gotas de su propia y visceral desolación, intuiciones de los estados de su ser, aureolados en consecuencia por esa forma del lenguaje entre primitiva y refinada que es la poesía. Esta poesía de los abismos es la que busca ahora a un público receptivo y dispuesto a escuchar las voces y los silencios de Norma Jean, un público que ya no es inocente y que es muy distinto del que fue a ver las películas de M.M.

Nuestra Marilyn, la que habla aquí con voz propia, hilvana sus pensamientos en un escenario ambientado en los años cincuenta, con los nombres de Arthur Miller, John Huston y Lee Strasberg escritos con luces de neón, desgranando sus reflexiones mientras entona One silver dollar, canción de taberna o de burdel que cantó en Río sin retorno. Y esta vez la encarna Lolita Chammah, hija de Isabelle Huppert que de niña jugaba a ser Marilyn Monroe y actriz que es rubia natural, lo que acaso constituye una pequeña traición, la única que se han permitido los responsables de esta puesta en escena.

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