jueves, 30 de enero de 2014

DISPARATES / 93

LOS POETAS DE DANILO KIŠ*

1."Todo ser joven y sensible, especialmente si ha sido tocado por la educación y la música –y tal era su caso–, tiende a interpretar los turbios arrebatos del cuerpo y del alma, ese magma lírico de la juventud, como señales prematuras de talento, aunque con frecuencia se trate sólo del misterioso centelleo de la sensibilidad, esa turbia combinación de secreción glandular y contracción del sistema simpático, simbiosis de tectónica orgánica y de música del alma, que son un don de la juventud y de la exuberancia espiritual y que, parecidos a la poesía por sus estremecimientos, pueden ser fácilmente confundidos con ésta. Y una vez poseído por semejante magia –que se convierte con los años en un hábito peligroso, como el tabaco y el alcohol–, uno continúa escribiendo, con la mano hábil del versificador, sonetos y elegías, versos patrióticos y circunstanciales, aunque no se trate más que de un mecanismo en marcha que arrancó en la juventud y que ahora, por la fuerza de la inercia y de la costumbre, da vueltas con el más mínimo soplo de brisa como un molino de viento vacío".

2. "A pesar de las señales externas, hay pruebas irrefutables de que Darmolatov en aquella época ya estaba invadido por la peste psicológica: se lavaba las manos con alcohol de quemar y sospechaba que todos eran delatores; ellos, sin embargo, se le acercaban de todas formas, sin avisar y sin llamar a la puerta, vestidos de amantes de la poesía, luciendo corbatas de colores, o de traductores, llevando las torres Eiffel en miniaturas de aluminio amarillo, o disfrazados como fontaneros escondiendo en el bolsillo de atrás, en vez de una llave inglesa, un revólver inmenso.

En noviembre acabó en el hospital, donde le sometieron a curas de sueño: durmió en el estéril paisaje de las habitaciones del hospital durante cinco semanas largas y, desde entonces, el ruido mundano parecía haber dejado de alcanzarle. Incluso el terrible plañido de la guitarra hawaiana del poeta Kiranov, al otro lado del biombo, estaba suavizado con un poco de algodón y una fina capa de grasa para los oídos. Por intervención de la asociación de escritores, le permitieron visitar el picadero municipal dos veces por semana; se le veía torpe, gordo, con los primeros síntomas de elefantiasis, trotando en un manso caballo de los establos. Mandelstam y su esposa, antes de partir a Smatih, donde a éste le esperaban el arresto y la muerte, fueron a visitarlo y a despedirse. Delante de la puerta del ascensor se toparon con Darmolatov, vestido con un ridículo pantalón de montar y portando una minúscula fusta infantil en una mano. El taxi acababa de llegar, pero él se fue corriendo hacia el picadero, sin despedirse de su amigo de juventud".

3. "Se miraba a sí mismo con los ojos de los otros y hacía el balance de su existencia tal como la veían ellos, los demás, los desconocidos: tras él dejaba sus obras completas, que recogían su biografía, su lenguaje, mezclados con la historia de su pueblo; eso les garantizaba lo que los hombres denominan inmortalidad. Aún había entre sus papeles unos libros seleccionados a conciencia y guardados en carpetas: poesías, diarios, notas. Los había purgado, eliminando de ellos cualquier cosa que pudiera comprometerlo a los ojos de la posteridad, cualquier vestigio personal, cualquier hecho privado, a fin de perdurar en la memoria de las futuras generaciones más como una abstracción, más como un escritor, que como un hombre de carne y hueso. Había en ese gesto suyo algo de amargo y de justo; ciertamente toda su existencia había transcurrido en el mundo de la ficción, en el mundo de los ideales platónicos, y cada una de sus incursiones en la vida no le habían acarreado más que tormentos y desgracias, aturdimiento y hastío. Cualquier decisión vital, fuera del mundo de las ideas puras, fuera del silencio y de la soledad, acababa hiriéndolo; cada una de sus acciones era un fracaso, cada encuentro con la gente, una derrota, cada éxito, un problema más; también había eliminado de esas páginas los nombres de unos y otros, todo ese universo efímero que sólo podía ensuciar su propio nombre: porque probar que un imbécil es imbécil es comprometedor".

4. "Quedará en la literatura rusa como un fenómeno médico: el caso de Darmolatov entró en todos los libros de patología contemporáneos. Una fotografía de sus genitales, del mismo tamaño que la calabaza más grande de los koljós, sigue imprimiéndose en la literatura médica extranjera, cuando se menciona la elefantiasis (elephantiasis nostras), y como moraleja para los escritores: para escribir, no basta con tener huevos".

Danilo Kiš, El apátrida (1), Una breve biografía 
de A.A. Darmolatov (2 y 4) y La deuda (3).

En (3) el texto en cursiva aparece en el manuscrito del autor enmarcado por un círculo. Mirjana  Miočinović, responsable de la edición en serbio traducida al castellano por Acantilado (Laúd y cicatrices, 2009), opina que en este párrafo debía incluirse el texto complementario, apenas esbozado, que figura en el margen y en el reverso de la tercera hoja. El fragmento dice: "durante toda su vida, anudadas a la antigua con un lazo morado, guardó las cartas de amor que (y en las que...) políticamente comprometedoras..."

El párrafo alude a una preocupación que fue constante en la obra de Kiš: la de la imagen legada a la posteridad por el autor literario, entendiendo esto no en un sentido personal, sino como material de su narrativa. Quien tanto se interesó por la reconstrucción de biografías reales o imaginarias partiendo de documentos a menudo dispersos no podía dejar de aplicar su propia norma a los escritores que pululan en su obra. Y mismamente éste es el tema central de uno de sus relatos más célebres, Una tumba para Boris Davidovich, en el que el protagonista, viejo revolucionario, se ve forzado a modificar su impecable biografía –y con ello el sentido de toda su vida– a instancias de su interrogador/torturador. Acaso del mismo modo que obró Boris Davidovich en la construcción de su mito de revolucionario ejemplar,  finalmente frustrado, el protagonista del relato La deuda (el escritor Ivo Andrić, imaginariamente confrontado aquí a su propia muerte y al saldo de las deudas contraídas) se habría propuesto acentuar su indefensión y su torpeza hacia los asuntos de la vida práctica a fin de dar mayor consistencia al retrato que, como escritor, debía quedar de él para el futuro. Tal mixtificación evoca ciertamente los comentarios de E. H. Carr en su libro ¿Qué es la historia? acerca de Gustav Stresemann, ministro de asuntos exteriores de la República de Weimar. El historiador británico señalaba allí cómo los documentos de Stresemann, conocidos por medio de una edición que de los mismos se había hecho en Inglaterra, contribuyeron a divulgar una imagen del todo errónea de las funciones del canciller mientras estuvo activo, y ello por varias razones: a) porque la propia selección de documentos que se había publicado constituía ya una desfiguración arbitraria; b) porque el editor había tenido a su alcance sólo los documentos previamente seleccionados por el secretario del canciller; y c) por la inclinación natural de Stresemann a plasmar favorablemente en sus anotaciones sus propios planteamientos políticos y diplomáticos, los cuales aparecen siempre como bien fundados y razonables, a diferencia de lo que esas mismas anotaciones dejan entrever de los argumentos de sus interlocutores. Esa misma superchería, puesta en práctica conscientemente por quien se consideraba un prócer de la Revolución (en el caso de Boris Davidovich), es la que presenta al protagonista de La deuda y a otros escritores de la obra de Kiš, junto a la comprensible voluntad de no dejar signos de determinadas actividades que pudieran implicar políticamente a terceros, como perfectos inútiles para la vida, habitantes ideales "del silencio y la soledad" de un mundo literario que les absorbe plenamente.

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* Fragmento de un Estudio sobre los escritores en la obra de Danilo Kiš de próxima publicación.

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