miércoles, 10 de septiembre de 2014

LECTURA POSIBLE / 159

HANS FALLADA, LOS HOMBRES CORRIENTES Y LOS HÉROES

Hans es una especie de Sísifo pasado por el tamiz de los hermanos Grimm. Este hombre con suerte que trabajó duramente siete años recibió como salario una pepita de oro tan grande como su cabeza, tras lo cual se puso en marcha para hacer un largo viaje, pues deseaba reunirse con su madre. En el camino se le ofrece la oportunidad de hacer negocio con su pepita de oro, la cual cambia por un caballo, éste por una vaca, la vaca por un cerdo, y el cerdo por un ganso, el cual, en el último trueque, se convierte en piedra de moler. Agotado por la caminata, Hans se detiene junto a un río, y, al inclinarse para beber, la piedra cae y se hunde sin remedio en el agua. Entonces se siente como el hombre más feliz bajo el sol, y liberado de todas esas inútiles cargas, sabiéndose afortunado por los buenos negocios que ha hecho durante el viaje, encuentra por fin a su madre.

En otro lugar, los hermanos Grimm cuentan la historia de la pastora de ocas. En ella, una reina envía a su única hija a una ciudad lejana, ya que la ha destinado a casarse con un príncipe. Para hacer su viaje, la joven recibe una criada, un caballo que habla y un pañuelo con tres gotas de sangre. Igual que le ocurrió a Hans con su piedra de moler, ella pierde el pañuelo al inclinarse para beber de un arroyo. Ahora bien, este pañuelo tenía propiedades mágicas que protegían a la muchacha de todo mal. La ambiciosa y maligna criada, entonces, la obliga a intercambiar sus ropas y sus funciones en la vida, así como a no revelar jamás su verdadera identidad. Llegadas al castillo, la criada se casa con el príncipe y la protagonista del cuento se convierte en cuidadora de las ocas del rey. Pasa el tiempo, y el viejo caballo, que tenía por nombre Falada, muere. La joven obtiene permiso para colgar su cabeza junto a una puerta del castillo, y con dicha cabeza conversa cada día, escuchando de ella siempre las mismas palabras: “¡Oh, joven reina, si vuestra madre supiera esto, su corazón se rompería en pedazos!” Las palabras del caballo Falada terminan por llegar a oídos del rey, y así, desvelada la superchería, la falsa princesa recibe su castigo y la cuidadora de ocas a su príncipe, que es lo que en los cuentos se llama “un final feliz”.

Estos cuentos nos ilustran acerca del carácter de un hombre llamado Rudolf Wilhelm Friedrich Ditzen, o por lo menos acerca de la manera en que él se veía a sí mismo, ya que, en recuerdo de los protagonistas de estos relatos, publicó los suyos con el pseudónimo de Hans Fallada. En realidad, más allá de su accidentada biografía, digna de una novela que Fallada no escribió, la elección del pseudónimo sirve para retratar a este hombre que en el negocio y el viaje de la vida se despojó de todo, y que, como la cabeza del viejo caballo muerto, dijo siempre la verdad.

Fallada nació en la ciudad hanseática de Greifswald en 1893, y murió en Berlín en 1947. De lo primero que se despojó Fallada fue de su padre, severo juez del Tribunal Supremo de Leipzig. A los dieciocho años, en un intento de despojarse de sí mismo, entabló con su único amigo, Hanns Dietrich von Necker, un duelo que tenía por finalidad el suicidio de ambos, en el que su amigo pereció y al que él sobrevivió con graves heridas. Juzgado por homicidio, se le ingresó en un hospital psiquiátrico. Alcohólico y morfinómano, Fallada pasó gran parte de su juventud en clínicas de desintoxicación, en las que empezó a escribir, dedicando sus períodos de libertad a trabajos esporádicos como consejero agrícola. Empleado en una empresa patatera de Berlín, fue condenado dos veces por desfalco, y en 1929, cumplida su condena, se casó. Con su esposa tuvo cuatro hijos, pese a vivir separados, ella con su madre en Hamburgo y él en Neümunster, donde trabajaba en la sección de anuncios de una empresa turística. Esta mujer, Anna Issel, serviría a Fallada de modelo para el personaje de Corderita, protagonista de su novela Pequeño hombre, ¿y ahora qué?

Estos breves años de tranquilidad en la vida de nuestro autor le fueron facilitados por Ernst Rowohlt, su editor, quien siguió confiando en él pese al fracaso de sus primeras novelas. Fue Rowohlt quien le aconsejó que se trasladara a las afueras de Berlín, y quien le proporcionó un empleo estable en su editorial. Producto de ello fue la novela mencionada más arriba, que convirtió a Fallada en un autor de enorme éxito de la noche a la mañana. Sin embargo, la buena estrella de Fallada, como tantas otras cosas, acabó en 1933.

En marzo de ese año las autoridades nazis le acusaron de actividades hostiles contra el Estado. Autor “indeseable”, Fallada abandonó Berlín y se instaló en Mecklenburgo, donde escribió un libro en el que narraba sus experiencias en prisión: Wer einmal aus dem Blechnapf frißt. Pese a sus críticas al régimen penitenciario, el libro pudo publicarse, ya que los hechos descritos en él ocurrieron antes del ascenso del nazismo. A continuación Fallada escribe diversas obras de entretenimiento con las que consigue ganarse la vida durante los años del nacional-socialismo y la guerra. En 1944 se separa de Anna, con la que poco después tiene una disputa durante la cual hace uso de una pistola, sin consecuencias para ella, pero con el resultado de que nuevamente el cincuentón Fallada es ingresado en una clínica psiquiátrica. En ésta escribió otra de sus novelas, El bebedor, y conoció a la veinteañera Ursula Losch, también morfinómana, con la que se casó poco antes del final de la guerra. Ambos se trasladaron a Feldberg, en la Selva Negra, donde él ejerció de alcalde a instancias del Ejército Rojo. De vuelta a Berlín, los Fallada se instalan en una casa con jardín del sector oriental, gracias a las gestiones del poeta y futuro ministro Johannes Becher, que en esos días acababa de fundar la Liga Cultural para la Renovación Democrática Alemana, de la que surgiría la editorial Aufbau. Para esta editorial escribió Fallada diversos libros, del último de los cuales, Historias de críos, estaba haciendo las correcciones previas a su impresión cuando, junto a su mujer, debió ser ingresado en el hospital de Pankov. Murió a las pocas semanas.

Fallada fue un autor “popular” situado por voluntad propia en las antípodas de la narrativa intelectual (la de Stefan Zweig o la de Thomas Mann) de aquel período cuyo fin coincidiría con el de la República de Weimar. No es accidental que su éxito se iniciara con los primeros años treinta, cuando Zweig y Mann, ya totalmente consagrados, se encontraban en vísperas de su exilio, y todavía a algunos años de la nueva narrativa que triunfaría en Alemania en la postguerra. Así, las novelas de Fallada se hallan en su mayor parte en medio de un paréntesis, el del nazismo, durante el que fue muy poco lo que pudo escribirse en Alemania. Esto y las continuas catástrofes de la existencia de su autor explican la singularidad de estas obras, cuya divulgación posterior se vio obstaculizada por dos razones: una, su naturaleza “popular”, propia de una literatura obrera de la que no iban a quedar restos después de 1945; y otra, por haberse visto en gran medida recluidas a la esfera de la República Democrática Alemana, cuya literatura tardó décadas en abrirse camino en Occidente. De hecho, el rescate de la obra de Fallada ha podido producirse sólo recientemente.

Esta obra, adscrita a lo que los críticos han llamado “Nueva Objetividad”, emparenta a Fallada con Alfred Döblin y con Erich Kästner (aunque sin las premisas experimentales de aquél, sobre todo en Berlín Alexanderplatz), y también con Dickens, Maupassant y Zola. Se trata de la obra de un autor que conoce bien la vida en la urbe de Berlín, ciudad mimada por la literatura; un autor que ha convertido en héroes a la gente de la calle.

Pequeño hombre, ¿y ahora qué? es la novela que dio a conocer a nuestro autor en 1932, y es tal vez, junto a la ya mencionada El bebedor, su obra más lograda. Esta novela es una historia de amor protagonizada por un hombre y una mujer de condición humilde enfrentados a una época tenebrosa. Cuenta la historia de Johannes y Emma (Corderita), una pareja que trata de prosperar en el caos político, económico y social de esos años. En último extremo, lo que se describe en ella es un caso modélico de descenso social, el del empleado Johannes, que pese a sus desesperados intentos por salir adelante se verá relegado a la categoría del lumpen, ese grupo formado por los trabajadores desempleados y la disminuida clase media del que se empezaba a nutrir ya el nacional-socialismo. El lector acompaña a estos personajes en sus ilusiones y miserias, mientras es testigo del desvanecimiento de un mundo y de sus gentes, mostrados aquí en su calidad de testimonio moral y psicológico, de documento captado a pie de calle, a la manera en que lo haría un reportero. “¿Cómo voy a poder mirar a nadie a la cara?”, pregunta el humillado Johannes una vez consumado públicamente su desclasamiento. A lo que la paciente y tenaz Corderita responde: “Puedes mirarme a mí, siempre, siempre”.

También de carácter social, aunque en un sentido distinto, es El hombre que quería llegar lejos, novela de 1941 que no pudo publicarse hasta una década más tarde. El protagonista es Karl Siebrecht, muchacho que, llegado de la campiña, tiene el sueño de conquistar Berlín. La trama de la novela es la de ese ascenso social desde lo más bajo, por medio de una empresa de transportes cuyo auge cesará durante la Gran Guerra y que será refundada al término de ésta. La voluntad titánica del héroe le enfrenta a numerosos obstáculos, lo que permite al autor mostrarnos una perspectiva histórica de Berlín de largo recorrido, la cual abarca varias décadas que incluyen las consecuencias de la derrota de 1918, la crisis económica, el desempleo y la inflación. La lucha del personaje adquiere tintes épicos, pero también (no podía ser de otra forma tratándose de Fallada) adopta la forma de un progresivo despojamiento, lento y doloroso camino en el que irán cayendo los amigos y en especial la inolvidable Rieke, vigorosa niña-mujer en la que se advierten trazos de ese modelo femenino, dotado de infalible sentido práctico, de amor, humor y abnegación, que ya estaba presente en la Corderita de Pequeño hombre, ¿y ahora qué? “Los jóvenes habían encontrado algo parecido a un hogar, no en el barracón de la obra, sino uno en otro. Reconfortaba no luchar, confiar”, escribe el narrador, quien en las últimas páginas pondrá a su protagonista en la situación de hacer balance, interrogándole acerca del sentido, o el sinsentido, de su sueño.

Capítulo aparte en la producción de Fallada es Solo en Berlín, novela que se publicó en 1947 con algunos recortes y que sólo apareció íntegra en alemán hace tres años. Se trata de la obra más relevante del último período creativo de Fallada, escrita cuando residía en Berlín Este. La misma es producto de un encargo hecho al autor por el mencionado Becher, y su supervisión corrió a cargo de Paul Wiegler, uno de los fundadores de la editorial Aufbau. A manos de Becher había llegado el expediente de la Gestapo que reunía los materiales del proceso abierto en 1942 contra el matrimonio Otto y Elise Hampel, quienes desde 1940 y hasta el momento de su detención habían escrito y difundido en postales y cartas llamamientos a la resistencia contra el régimen nazi. Ambos fueron ejecutados. La historia de estas personas humildes, iletradas y anónimas, fue redactada en forma novelada por nuestro autor en unas pocas semanas, convirtiéndose en la ilustración más emocionante y veraz de lo que el propio Fallada expresó en un artículo titulado Sobre la resistencia, que sí existió, de los alemanes contra el terror de Hitler.

Crónica impresionante de la vida en Berlín durante el nazismo y la guerra, este libro se ha convertido en un auténtico bestseller desde el momento de su reedición. En él se lee: “Cada uno según sus fuerzas y su disposición; lo importante es oponerse”. Digna frase de conclusión para la carrera de un autor que se despojó de todo lo inservible, también en la literatura, y que tuvo por ejemplo la cabeza de un caballo que, aun muerto, decía la verdad.

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