martes, 15 de marzo de 2016

DISPARATES / 150

IGNACIO RAMONET: SOBRE LA POLICÍA DEL PENSAMIENTO Y DE LA INFORMACIÓN

“La vigilancia no tiene que ver con la seguridad, tiene que ver con el poder”, decía hace unos días Edward Snowden en una entrevista publicada por Eldiario.es. Y en el mismo lugar el ex analista de la NSA y actual refugiado político, que se enfrenta en Estados Unidos a cargos de traición y espionaje, explicaba lo que las agencias de inteligencia norteamericanas entienden por “recolección a granel”, un bien conocido procedimiento de vigilancia masiva que se extiende a todo el mundo y por el que, sin necesidad de orden judicial, se interceptan y archivan secretamente nuestras actividades en el ámbito de las telecomunicaciones. A lo que Snowden añadía que vivimos en “un mundo en el que los gobiernos tienen tanta información sobre ti como sobre los terroristas más duros. Por si acaso”.

Snowden pertenece al club de activistas que han visto recompensada su divulgación de documentos oficiales con la persecución por parte del Estado más poderoso del planeta. Él, refugiado en Rusia, es de los afortunados que, como Julian Assange, asilado a su vez desde hace cuatro años en la embajada de Ecuador en Londres, ha podido eludir por el momento la condena y la prisión, a diferencia de Chelsea Manning, quien en la actualidad cumple una sentencia de treinta y cinco años, y de Jeremy Hammond, quien por su parte cumple otra de diez. Afirmaba Snowden en dicha entrevista que no se arrepiente de haber filtrado documentos, pero sí de no haberlo hecho mucho antes, ya que “cuanto más se permite que exista este espionaje masivo sin que la opinión pública se pueda resistir, más se enquista. Cuanto más poder consiguen los gobiernos, más rápidamente se acostumbran a ese poder. Cuanto más tiempo lo tienen, más difícil es quitárselo”. Se ha sabido entretanto que otros gobiernos, como el francés, llevan a cabo de manera ilegal los mismos procedimientos de vigilancia que la legalidad vigente ampara en Estados Unidos, como ha denunciado el diario Le Monde, según el cual la Dirección General de Seguridad Exterior intercepta y archiva la totalidad de las comunicaciones telefónicas, de internet y redes sociales que se realizan en Francia y entre Francia y el extranjero.

El libro L’Empire de la surveillance, que a finales del año pasado publicó la editorial Galilée, y del que es autor Ignacio Ramonet, describe una nueva vuelta de tuerca y un paso adelante en la espiral de la información, al mostrar el modo en que ésta, monopolizada en principio por los gobiernos y sus agencias de inteligencia, ha experimentado un rápido proceso de privatización del que se benefician diversas corporaciones, las cuales se encuentran en situación de hacer de la misma el uso que consideren oportuno. El libro ha sido publicado este año en castellano por Clave Intelectual.

Snowden y sus revelaciones acerca de la desprotección en que hoy se halla nuestra privacidad están en el origen de este libro del ex director de Le Monde Diplomatique, quien pone aquí su atención sobre esas herramientas maravillosas (smartphones, tablets y ordenadores) que iban a hacer nuestra vida más fácil y a ampliar nuestro espacio de autonomía, y que se han convertido en instrumentos de otros para someternos a un omnipresente espionaje. Para ello analiza Ramonet el papel de las cinco grandes empresas que dominan la web: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft. Ellas explotan nuestros datos personales y los transfieren a la NSA y a otras agencias ultrasecretas, así como a grandes empresas privadas, señaladamente las de publicidad. El Gran Hermano de Orwell, concebido en su día como ficción que debía advertirnos del auge de poderes totalitarios, se ha convertido ya en cotidiana realidad, según documenta el autor mediante diversos ejemplos, entre ellos los referidos al modo en el que los gobiernos modifican las leyes a fin de facilitar el espionaje de los ciudadanos, ya sea por ellos mismos o por las corporaciones. Además, el libro se completa con reveladores comentarios de Julian Assange y Noam Chomsky.

Los llamados “objetos conectados” que hoy dominan el Internet of Things nos muestran casos notables que Ramonet sintetiza en estas páginas, como el protagonizado por la empresa californiana de electrónica Vizio, principal fabricante de televisores inteligentes conectados a internet, dueña en consecuencia de gran cantidad de información acerca de los hábitos, los horarios y las inclinaciones de sus clientes. Dicha empresa dio a conocer el año pasado la naturaleza y el funcionamiento de la tecnología con la que estaban equipados sus productos, la cual permitía ampliar y dotar de mayor eficiencia a las formas de espionaje sobre sus usuarios. Son ahora los televisores los que literalmente ven y escuchan a la gente, como puso de manifiesto también en California una denuncia del congresista Mike Gatto, presidente de la Comisión de Protección al Consumidor en dicho Estado. Gatto acusó a la multinacional Samsung de equipar sus televisores con micrófonos ocultos destinados a grabar las conversaciones de los televidentes sin el conocimiento de los mismos, y de transmitirlas a terceros. Tras la denuncia, Samsung anunció que en lo sucesivo los sistemas de grabación de sus aparatos sólo podrían activarse por voluntad del usuario. Sin embargo, el director del Centro de Estudios de Derecho y Tecnología de la Universidad de Berkeley, Jim Dempsey, ya ha afirmado que los televisores-chivatos están llamados a proliferar: “La tecnología permitirá analizar los comportamientos de la gente. Y esto no sólo interesará a los anunciantes. También permitirá la realización de evaluaciones psicológicas y culturales que, por ejemplo, interesarán a las aseguradoras”.

El uso de tarjetas de crédito, las llamadas y los mensajes a través del teléfono móvil y los programas de localización de GPS permiten hoy día a las empresas determinar dónde nos encontramos y qué hacemos, a lo que hay que añadir los nuevos chips de identificación por radiofrecuencia que incorporan las “tarjetas de fidelidad” de los supermercados y los centros comerciales, por medio de los cuales se accede automáticamente a nuestro perfil de consumidor. Capítulo aparte es el que merecen las cámaras digitales de vigilancia o de “vídeoprotección”. Sólo en Reino Unido hay más de cuatro millones de ellas (una por cada quince habitantes), y se calcula que un peatón londinense puede ser filmado sin su consentimiento hasta trescientas veces al día. Estas cámaras, a la manera de los sensores de voz, tienen la facultad de registrar nuestros movimientos y la de memorizar la impronta de nuestro rostro, convertido en un conjunto de caracteres biométricos susceptible de ser almacenado en una base de datos. Las ultramodernas cámaras Gigapan, con imágenes de más de mil millones de píxeles, permiten a su vez obtener la ficha biométrica de cualquiera de los asistentes a un acto político o deportivo.

El nuevo concepto del “chivato tecnológico” tiene además la particularidad de que es la propia víctima de espionaje la que adquiere la herramienta y se presta a ser vigilada libremente. El portal Yahoo! captura una media de dos mil quinientas rutinas de comportamiento al mes de cada uno de sus usuarios, una por cada clic. De este modo se decide qué publicidad vamos a ver en internet y qué ofertas pueden acceder a nuestro correo electrónico. Los diferentes servicios ofrecidos por Google recogen información referida a todos los aspectos de la vida de sus usuarios, incluidos el lugar donde se encuentra el internauta, lo que busca, con quién se comunica y en qué momento. Dicha información la provee el propio internauta, el cual sin embargo carece de control acerca del uso que se hará de ella, pudiendo ser transferida instantáneamente a una institución gubernativa o a una empresa comercial. “En nuestra vida cotidiana dejamos constantemente rastros que entregan nuestra identidad”, concluye Ramonet.

El imperio de la vigilancia, junto a multitud de datos referidos a la expropiación de nuestra vida privada, incorpora una necesaria reflexión acerca del modelo de sociedad hoy en vigor y de las nuevas formas de sometimiento a las que nos expone el desarrollo tecnológico. Evoca Ramonet, además de la orwelliana 1984, y del film a que dio lugar la novela y que dirigió Michael Radford, las consideraciones al respecto de la vigilancia y el control social que constituyeron una parte central del trabajo de Michel Foucault. En su libro Vigilar y castigar el filósofo francés se refirió al Panóptico como “un dispositivo arquitectónico que crea una sensación de omnisciencia invisible” que permite a los guardianes ver sin ser vistos dentro del recinto de una prisión. Del Panóptico (el ojo que todo lo ve) “podemos deducir que el principio organizador de una sociedad disciplinaria es el siguiente: bajo la presión de una vigilancia ininterrumpida, la gente acaba por modificar su comportamiento”. Y cita igualmente Ramonet a Glenn Greenwald, abogado constitucionalista y colaborador hasta hace unos años de la edición estadounidense de The Guardian, quien en su libro Sin un lugar donde esconderse, anotó: “Las experiencias históricas demuestran que la simple existencia de un sistema de vigilancia a gran escala, sea cual sea la manera en que se utilice, es suficiente por sí misma para reprimir a los disidentes. Una sociedad consciente de estar permanentemente vigilada se vuelve enseguida dócil y timorata”.

La idea de un mundo bajo vigilancia total, gracias al desarrollo tecnológico, ya no es hoy un delirio utópico o paranoico. Las razones que se alegan para justificar esta extremada vigilancia no son nuevas, y Ramonet nos recuerda oportunamente la afirmación hecha ya en el siglo XVIII por uno de los padres de la Constitución norteamericana, Benjamin Franklin, quien escribió: “Un pueblo dispuesto a sacrificar un poco de su libertad por un poco de seguridad no merece ni lo primero ni lo segundo. Y acaba perdiendo las dos”. Clarividencia que también tuvo Hanna Arendt cuando advirtió de los peligros para la democracia de una insuficiente distinción entre vida pública y privada, lo que para ella, buena conocedora de los mecanismos de vigilancia que puso en acción el nacional-socialismo, significaría el final del hombre libre. Reflexión, pues, que pese a no ser nueva no estuvo nunca, a una escala global, tan de actualidad como hoy.

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