miércoles, 23 de marzo de 2016

DISPARATES / 152

FANATISMO RELIGIOSO

“En la Santa Chiara, el arzobispo mostró al pueblo, en varios platos de oro, las reliquias de la iglesia, entre ellas un trozo de la corona de espinas, la esponja de vinagre y la cuerda utilizadas en la crucifixión de Cristo. Con la mano derecha agitó una redoma de oro en la que chapoteaba un octavo de litro de leche de la Virgen María. Los cardenales recién nombrados, que llevaban sotana de seda violeta y larga cola, y un roquete blanco de armiño en torno a los hombros, con el capelo en la mano, prestaron juramento ante el altar de la Capilla Sixtina en presencia de otros cinco cardenales. A ambos lados del trono papal estaban los dos grandes abanicos de plumas de pavo real. Después de haberle besado todos los cardenales presentes la mano, los tres nuevos se postraron a los pies del Papa y le besaron las zapatillas rojas. Una lagartija de doble cola, que al sacerdote que administraba los últimos sacramentos le recordó enseguida los dedos extendidos de la mano de un obispo al bendecir, salió de la boca abierta de la gitana de trece años muerta Monica Petrovič, asesinada por un muchacho romano de diecisiete años en el otoño de 1987, después de que en Roma miles de personas, durante semanas, bloquearan grandes arterias y paralizaran el tráfico día tras día, durante horas, en la ancha Via Nomentana, manifestándose así contra los dos mil gitanos que vivían en la periferia de Roma. Te ofrezco este sacrificio por todos los infinitos dolores de su cabeza, todos los pinchazos de las espinas, todos los tirones y desgarrones de sus nervios, toda su preciosa sangre, que manó de tantas heridas de su santa cabeza, todos sus suspiros y oraciones, todos los sacrificios que te hizo durante su coronación dolorosa. En Santa Maria Maggiore, el Papa levantó tres veces en alto, haciendo la señal de la cruz, el cordón umbilical de Cristo, antes de dejarlo sobre su cojín de seda roja y de que los fieles se precipitasen de rodillas para tocar el sagrado objeto con sus rosarios o con los huesos de sus difuntos”.

Josef Winkler, Cementerio de las naranjas amargas

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