viernes, 8 de enero de 2010

LECTURA POSIBLE / 4

CON EL TIEMPO...
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Con el tiempo, tan persistente él, ha llegado el cincuentenario de la muerte de Albert Camus. Ignoro si aún se leen sus libros y dudo mucho que se representen sus obras de teatro, aunque quizá esta conmemoración haya suscitado en Francia y en algún otro país francófono esa clase de eventos, como los llaman ahora, debidamente subvencionados, en los que algún superviviente ya canoso y reumático, quizá hoy adscrito a algún partido en el poder, pronuncia unas palabras, lee citas del homenajeado, recita versos o incluso canta una canción, “para que no perdamos la memoria”, como suele decirse. Quizá. Entre nosotros, y como también es habitual, lo más probable es que el aniversario pase inadvertido, si exceptuamos las dos páginas testimoniales aparecidas en los suplementos culturales que todavía dan algunos periódicos; lo cual es injusto, ya que Camus se ocupó bastante de los asuntos españoles, y, siendo como era hijo de un alsaciano pied noir y de una menorquina, él mismo era un medio español al estilo de aquellos que tanto han abundado en nuestra historia, es decir, los exiliados.

Camus escribió siempre sobre el exilio y exiliados son todos sus personajes, pese a la voluntad que comparten de participar desesperadamente de la vida. Pero sería fatigoso para el lector resumir aquí todos los exilios de Camus: en primer lugar el de su madre, a la que siempre amó; de la Rue de Lyon, en el barrio argelino de Belcourt; de la España en armas a la que no pudo acudir a causa de la tuberculosis, lo que siempre se reprochó; de la filosofía, en la que nunca acabó de creer; y también de la literatura, a la que no pudo dar la que tenía que haber sido su mejor novela, El primer hombre, que como tantas otras cosas quedó inconclusa a su muerte; y sobre todo exiliado de la libertad, que él, como dijo alguna vez, no había aprendido en los libros de Marx, sino en la miseria.

Por ahí, muy a mano, debe estar todavía La peste, libro que leí por primera vez en una traducción argentina, igual que El extranjero, al que recientes traducciones, más próximas al sentimiento de su autor, llaman El extraño; sus Carnets; su Estado de sitio y su Calígula. Menos accesible que sus libros me parece que es para nosotros hoy, con mucho, el hombre, este Camus que dimitió de su cargo en la UNESCO cuando en esta institución fue aceptado el país del General Franco; o que fue casi la única voz que se opuso al ingreso del mismo desdichado país en las Naciones Unidas, allá por 1955. Era otro siglo y casi otro planeta. Aquel pasado, también nuestro, del que el tiempo se empeña en alejarnos, tiene hoy a la venta, como en un parque temático, camisetas, viejos discos, libros desencuadernados, cosas con las que llenar de nostalgia esta época sin ideas ni compromisos, ni esperanzas. Y es que ahora que los intelectuales son correctos, asépticos y neutros como la musiquilla que se oye en los ascensores y en El Corte Inglés, resulta muy difícil comprender lo que significan las palabras Albert Camus. Habrá que seguir utilizándolas en el futuro, y con frecuencia, para que el sentido que tuvieron (que tienen) no se pierda.
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Y con el tiempo… también han vuelto a mis manos algunos poemas de Boris Vian, un bello libro con ilustraciones que lleva el título de No me gustaría palmarla y del que extraigo unos versos, rescatados aquí de otro olvido injusto y dedicados a Camus, a Vian y a todos los que están en el exilio todavía.

No quisiera morir
antes de conocer
los monos del Brasil
que duermen sin soñar.
No quisiera morir
sin haber agotado
mis labios en sus labios,
mi todo con su todo,
su todo con mis manos,
su infinito tesoro,
mi amor desmesurado.
No quisiera morir
sin que se haya inventado
la rosa permanente,
el ocio laboral,
el mar en la montaña,
la montaña en el mar,
el dolor que no daña,
y la sombra en color.
A los niños volando
y al ingenio inventando
la vacuna total,
la aventura espacial,
fontaneros baratos,
los monarcas en cueros,
arquitectos modestos,
abogados sinceros,
tantas cosas que ver,
tantas cosas que oír,
tanto por esperar.
Contra la oscuridad.
Y ahora veo el final
que se acerca hacia mí,
que me quiere besar
con besos de marfil,
que me quiere llevar.
No quisiera morir
sin dejar de probar
a la gélida novia,
la de gusto más fuerte,
el sabor que me agobia.
No quisiera morir
sin dejar de probar
el sabor de la muerte.
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(Traducción: Javier Krahe y Andy Chango)

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Serge Reggiani canta Je voudrais pas crever (No me gustaría palmarla)



Y Léo Ferré canta Avec le temps

2 comentarios:

  1. Menuda interpretación. Los pelos de punta!!!
    Simplemente Genial!!!

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  2. Por si le interesa a alguien, aquí va una traducción bastante mejor del poema de Léo Ferré:

    Con el tiempo...
    Con el tiempo todo se va.
    Se olvida el rostro y se olvida la voz.
    Cuando el corazón ya no late, no vale la pena ir a buscar más lejos.
    Hay que dejar las cosas como son y están muy bien

    Con el tiempo...
    con el tiempo todo se va.
    El otro, al que se adoraba, al que se buscaba bajo la lluvia...
    El otro, al que se adivinaba a la vuelta de una mirada,
    entre palabras, entre líneas y entre polvos
    de una promesa maquillada, que se va...
    Con el tiempo todo se aleja.

    Con el tiempo...
    Con el tiempo todo se va, todo se va,
    aun los más bellos recuerdos tienen pinta de cosa de trapería
    en los estantes de la muerte
    el sábado por la noche cuando la ternura se va completamente sola.

    Con el tiempo...
    Con el tiempo todo se va.
    El otro, al que se le daban viento y joyas,
    por quien se hubiera vendido el alma por unos céntimos,
    ante el que se arrastraba uno como se arrastran los perros,
    con el tiempo se va, todo va bien.

    Con el tiempo...
    Con el tiempo todo se va.
    Se olvidan las pasiones y se olvidan las voces
    que decían bajito con palabras de la gente pobre:
    “No vuelvas tarde, sobre todo no cojas frío”.

    Con el tiempo...
    Con el tiempo todo se va,
    y uno se siente encanecido como un caballo agotado.
    Y uno se siente catalogado al azar,
    y uno se siente muy solo quizá, pero tranquilo,
    y uno se siente ridículo por los días perdidos...
    Entonces, de verdad,
    con el tiempo, ya no se ama.

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