sábado, 28 de diciembre de 2013

CRÓNICAS TOLEDANAS / 10

RICHARD WAGNER EN TOLEDO

En 2009 la Residencia de Estudiantes publicó el libro de Pepín Bello La visita de Richard Wagner a Burgos, que además del célebre texto que narra los pormenores de los días que Wagner pasó en aquella ciudad, incluye una erudita introducción del musicólogo Andrés Ruiz Tarazona. No se nos ocurre nada más oportuno que el hecho de que tal institución publicara las anotaciones de quien tan ligado estuvo a ella. Pues José Bello, “Pepín”, como le llamaban sus amigos, fue en efecto uno de los animadores de la Residencia de Estudiantes en sus mejores años, lo que le permitió codearse con Giner de los Ríos, Pío Baroja, Manuel Bartolomé Cossío, García Lorca, Dalí, José Bergamín, Luis Buñuel y toda aquella generación que puso en marcha un proyecto cultural tan irrepetible como añorado.

El espíritu libre y aventurero que fue Pepín Bello es de los raros personajes que ocupa un sitio en nuestras letras sin haber escrito una línea, aparte de algunos artículos y de su correspondencia, pues siendo él gran conocedor de la literatura y del surrealismo no fue ni literato ni surrealista, y su talento floreció y se desplegó en su propia vida, en el cotidiano trato con los artistas de su tiempo, de los que fue amigo, consejero y compinche en frecuentes reuniones etílicas, de las que surgieron algunas de las ideas mejores de nuestra vanguardia.

La noticia de la visita de Richard Wagner a Burgos nos ha sido legada por la carta que Bello envió a su amigo Alfonso Buñuel, hermano menor del cineasta, que fue arquitecto y apasionado melómano. El viaje se debía a una invitación del propio Bello, quien explica a su amigo que Wagner, tras entrar en España, hizo parada primero en Barbastro, donde aprendió a hablar castellano con acento baturro, y después en Calanda, pues hacía “años que tenía la ilusión de ir a aquel pueblo en Semana Santa a tocar el tambor”. Tras esto, Wagner llega a Burgos “en el mixto de Miranda a las tres y media de la madrugada”. Recibido por Bello en la estación, éste le describe así: “Es bajo de estatura, pequeñísimo; le llevo yo –que no soy alto– más de la cabeza. Pero está bien proporcionado. Esa misma cabeza, grande y algo abultada, se siente firme sobre su menudo busto. Todos los movimientos y gestos (es muy gestero) son en él rápidos, nerviosos y muy graciosos. Lo más personal es su atuendo. Se tocaba con una gran boina de terciopelo negro, enriquecida con un precioso camafeo etrusco de lapislázuli. Luego, llevaba liada al cuello una enorme toquilla, más bien tapabocas, de cachemira, color corinto. El cuerpo se abrigaba dentro de un amplio, pero corto, abrigo o zamarra de martas cibelinas”. Un atuendo, según parece, al que el autor de Tristán e Isolda se mantenía fiel desde que lo adoptó en sus tiempos de estudiante revolucionario en Leipzig.

Inmediatamente Bello condujo al compositor a su casa de Castañares, donde ambos mantuvieron placenteras conversaciones acerca de los temas más variados. Y Bello añade: “Cuando anochecido regresábamos, la única que iba serena era la mula que tiraba de la tartana”. En esos días Wagner hace una excursión a Villafría montado en una bicicleta infantil (pues en una de adulto los pies no le llegaban a los pedales), lee el Diario de Burgos y se aficiona a entonar por los prados la canción Soy minero, de Daniel Montoro, su compositor español preferido. Otro día marchan a Burgos y visitan la catedral, la cual “le gustó, pese a que le opuso algunos atinados reparos: ‘En estos templos de la antigüedad faltan muchas comodidades’, dijo, ‘y en cambio sobran otras cosas. Mucho retablo, mucho retablo’”. Esto, junto a otras jugosas anécdotas, es lo que cuenta Bello en la carta a su amigo Alfonso. A lo que hay que añadir el homenaje que las autoridades burgalesas rindieron a Wagner la víspera de su partida.

Lo anterior, y muy poco más, era todo lo que se conocía hasta ahora de la presencia de Wagner en España. A ello, sin embargo, ha venido a añadirse este año la casual y afortunada aparición de una segunda carta de Pepín Bello a su amigo Alfonso (al parecer extraviada entre los papeles de su hermano Luis), la cual sirve para arrojar nueva luz sobre dicho viaje. Por esta carta, todavía inédita, hemos sabido que al día siguiente de su excursión a Burgos Bello y su invitado tomaron el Talgo con destino a la estación de Chamartín de Madrid, desde donde sin interrupción, pasando por la de Atocha, hicieron trasbordo al regional de Toledo, llegando a la ciudad un lunes a las cuatro y media. La carta, por desgracia, no explica los motivos del viaje a Toledo, que tuvo lugar el día del cumpleaños de Wagner, el 22 de mayo. Los viajeros se alojaron en la Posada del Arco de la Sangre, hoy desaparecida; disfrutaron de un baño en el Tajo y pasaron una noche de tertulia en la entonces llamada “Playa de Safont”, en la actualidad convertida en aparcamiento; acudieron a una sesión del Cine Moderno, hace tiempo demolido, en el que vieron la película ¡A mí la Legión!, con la que ya se habían reído mucho en Burgos; y a propuesta de Bello fueron a visitar al campanero de la catedral, “hombre de elevados pensamientos” con el que aquél “había mantenido una larga relación epistolar desde que ambos nos conocimos en la mili”. Este hombre obsequió a sus eximios visitantes con una olla de sus famosas “migas de campanero”, las cuales habrían de aparecer más tarde en una memorable secuencia de Tristana, en la que un campanero apócrifo se las sirve a la frígida Catherine Deneuve. Lo que, dicho sea de paso, prueba más allá de toda duda que Luis Buñuel conocía bien esta carta, la cual presumiblemente le fue entregada por su hermano como parte de la documentación requerida para su película de Toledo.

“A Wagner las migas le resultaron deliciosas”, escribe Bello, “y durante el resto de la tarde no dejó de dar vueltas a la idea de dejar a la ciudad, y al país que tan generosamente le había acogido, una muestra de gratitud digna de su genio”. Fue esa misma noche, mientras degustaban un “riquísimo vino de Méntrida” en la desaparecida taberna de Los Candiles, cuando Wagner tuvo la inspiración de dejar tras de sí, en reciprocidad a los desvelos de aquellas gentes sencillas, un recuerdo imborrable de su paso por estas tierras. “Dicho y hecho”, nos cuenta Bello. “Al día siguiente, que era el último de nuestra estancia toledana, fuimos temprano a visitar a un tonelero de la calle Santa Isabel al que Wagner, en un arrebato de creatividad, instruyó en pocos minutos, sirviéndose de un croquis. El admirable resultado estuvo listo en un par de horas, y afirma Bello que el autor de Tannhäuser escribió en él una dedicatoria de su puño y letra: “A Toledo y a España dejo en agradecimiento mi Wagnertrommelsymphonische. Firmado: Richard Wagner”.

Así concluye la carta de Pepín Bello que ha sido rescatada ahora por los profesores de semiótica comparada Aki Yanokiki y Peet O’Paussias, ambos de la Universidad Central de Sausalito, y que será publicada en breve a expensas de dicha prestigiosa institución, lo que servirá para culminar los fastos del actual bicentenario wagneriano. A nosotros nos queda el raro honor de haber contado con este gran artista entre nuestros visitantes, y el aún más raro de haber recibido en herencia este precioso invento wagneriano, cuyo original, el firmado por su propia mano, se encuentra actualmente en paradero desconocido.

Una joven virtuosa interpreta La
Cabalgata  de las Walkyrias
con el
Wagnertrommelsymphonische

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