martes, 24 de diciembre de 2013

LECTURA POSIBLE / 129

LUIS BUÑUEL, NOVELA, DE MAX AUB: LA BIOGRAFÍA INÉDITA DE UNA ÉPOCA

La editorial granadina Cuadernos del Vigía, que publicó en 2010 Juego de cartas, una de las obras más originales de Max Aub, presentó hace unas semanas la que desde ese momento puede considerarse como obra capital del autor del Laberinto mágico, culminación de toda una vida que no fue sólo literaria y verdadero testamento de Aub, que en este caso, por la ambición con que acometió esta monumental crónica, es también el testamento de su época.

A veces el camino que recorre un libro, desde que empieza a ser redactado, y hasta que llega al lector, es toda una novela, la cual se añade al contenido del libro. La más que azarosa gestación de éste se ha extendido durante casi medio siglo, desde que en 1968 Aub, en su exilio mexicano, recibió de la editorial Aguilar el encargo de una biografía de Luis Buñuel. A Aub este encargo le llega a la edad de sesenta y cinco años, cuando está dando conclusión a Campo de los almendros y mientras su salud se resiente de su paso por diversos campos de concentración después del término de la guerra civil. Nuestro autor, sin embargo, pudo entrever en la biografía de Buñuel la excusa para afrontar un proyecto de mayor dimensión que posiblemente acariciaba desde hacía tiempo: el de, según sus palabras, “intentar recordar lo mejor de mi pasado”, y ello a través de la puesta al día de su propia experiencia, la cual incluía desde luego su contacto con Buñuel, pero también de una memoria colectiva que ya había contribuido a la redacción de algunas de sus novelas. Esa memoria era la de las vanguardias de los años veinte, la generación de la República y el dolor compartido de la guerra y el exilio.

Conviene recordar que en la producción aubiana existe una vertiente autobiográfica al menos desde 1951 (desde que redacta los fragmentos de su volumen Yo vivo), la cual, más que un compendio de su propia trayectoria vital, aspira a ser el testimonio de unos años a los que con razón atribuía gran relevancia en todos los órdenes: el político, el literario, el artístico, y que no debían caer en el olvido. Así Aub, al recordar a Aub, no podía dejar de traer al presente el tiempo que vivió en España como promesa y como realización de unos ideales tocados por la vanguardia. A esa cosmovisión le correspondía la voluntad de “estar lo más cerca posible de la verdad”, ya que “las anécdotas, los cuentos, lo inventado acerca de un personaje o un hecho son mucho mejores para conocerlo que los documentos”. Es ahí donde Buñuel surge de entre los miles de personajes de esa memoria colectiva como protagonista e hilo conductor de una crónica que, por ser novela, había de ser verdadera.

A su muerte, en 1972, Aub dejó inacabada su obra, y de ella, más de una década después, Aguilar extrajo los materiales para un volumen que publicó con el título de Conversaciones con Luis Buñuel, que además de las entrevistas que mantuvo Aub con el cineasta, incluía otras muchas con sus familiares, amigos y colaboradores. Lo escrito y lo recopilado por Aub en torno a su libro excedía a lo allí publicado, y tales documentos, alrededor de cinco mil páginas entre folios, cuartillas, manuscritos y hojas mecanografiadas, más algunas cintas magnetofónicas, fueron a parar al archivo de la Fundación Max Aub, en Segorbe, donde han sido ordenados pacientemente durante varios años por Carmen Peire. Fruto de todo ello es este libro, que hoy se nos aparece en la mejor edición posible y que viene a hacer justicia, aunque sea tardíamente, al proyecto de Aub.

Buñuel formaba parte de ese período de “lo mejor de mi pasado” al que se refería nuestro autor. “Más que vidas paralelas”, escribió, “las nuestras fueron vidas cruzadas, tuvimos muchos amigos comunes, y los dos somos desterrados. (…) Si hago este libro tiene que ser algo importante, un poco como sus películas”. Ambos, pues, tenían ya no poco en común cuando Aub empezó a trabajar en su libro, relación que se afianzó durante el gran número de conversaciones que mantuvieron y que la edición que comentamos recoge en un más que interesante CD. Aub había participado en 1950 en la redacción de los diálogos de Los olvidados, y Buñuel, que como es bien sabido desdeñaba lo que se escribía acerca de su obra, mostraba en cambio un gran interés por el destino del libro de Aub y por su autor, como ha recordado hace poco Agustín Sánchez Vidal: “En El discreto encanto de la burguesía, que Buñuel se dispone a filmar en 1972, hay un jardinero moribundo que pide confesión. Acude un obispo y el agonizante le cuenta que muchos años atrás envenenó a sus amos, que resultan ser los padres del prelado. Éste lo escucha, lo absuelve muy cristianamente y, a renglón seguido, agarra una escopeta y lo deja seco. Pues bien, el director había asignado a Max Aub el papel del asesinado asesino moribundo. El escritor no pudo interpretarlo. Murió mientras se rodaba la película”.*

Aparte de esta relación, de ese pasado común del que fueron testigos y actores, y de la facultad que tenía el talento de cineasta de Buñuel para condensar y representar gran parte de la aventura moral y estética de la que ambos formaron parte, había un motivo más para que Aub viera en Buñuel el genuino producto de su época, y es que el campo de experimentación de éste era el cine, que por sí solo tanto contribuyó a reproducir las inquietudes de la vanguardia, y que tanto, también, había aportado a la transformación del oficio literario de Aub. Esa transformación había empezado a operarse ya hacia el final de la guerra civil, cuando Aub se convierte en el ayudante de André Malraux durante la filmación de su Sierra de Teruel, lo que iba a condicionar la forma en que se presentaron algunas de sus narraciones posteriores, en particular los Campos. Además, Aub ejerció de guionista para la industria cinematográfica mexicana y de profesor de la Escuela de Cine. Como ya comenté en otra ocasión, “el cine, en efecto, vino a ser un nuevo instrumento puesto a disposición de los novelistas que aspiraban a alcanzar en sus obras no sólo la apariencia de la vida moderna, sino también una percepción más completa que la lograda en el pasado de la experiencia humana”.** Así, es a sus propias novelas a las que se refiere Aub cuando escribe que “el cine se encuentra en la base misma de la obra de André Malraux. En sus novelas, más que de una sucesión de escenas significativas, se trata en el fondo de una corriente paralela a la estructura de un film”. Y añade: “No ha aparecido más que un nuevo arte: el cine. Y hemos nacido con él”.

Esta misma presencia de lo cinematográfico determina el carácter del presente libro, el cual, sin dejar de ser “novela”, en el sentido de que en él se plasma lo que habría sido marginado en una biografía propiamente dicha o en una obra de investigación, viene a ser también un texto concebido a la manera de un film documental en el que la información, acotada sólo por mínimos comentarios, es expuesta al lector de manera objetiva, a fin de que sea éste quien en último término proceda a su interpretación. De este modo el libro participa de las premisas de las dos supuestas “biografías” que Aub había escrito anteriormente, Jusep Torres Campalans y Luis Álvarez Petreña, biografías de personajes de ficción que comparten con la novela sobre Buñuel ese ambiente de libre experimentación que fue propio de las vanguardias.

El libro se compone de dos partes. La primera reúne los textos que en los documentos de Aub aparecen como “prólogo” y “biografía”, siendo éste último una semblanza de la vida de Buñuel desde 1900; a ello se añaden las opiniones del cineasta aragonés con respecto a gran variedad de temas, como la religión, el cine o la política. En la segunda parte, de un carácter más ensayístico, Aub hace un amplio y documentado retrato de las vanguardias artísticas, no sólo españolas, de las primeras décadas del siglo, hasta la guerra civil. Esta estructura se combina con la transcripción de los diálogos conservados en cinta. Entre los datos recopilados de diversas fuentes, y los que suministra el propio Buñuel, figuran algunas observaciones realizadas por Aub acerca de su personaje, sobre el que escribe, en efecto, como el autor que define, para su uso personal, los rasgos de su protagonista. En una de esas anotaciones puede leerse: “Es un hombre más complicado de lo que creen los que le tienen por complicado, y más sencillo de los que creen que es una persona sencilla. Le molesta la gente, por eso se ha vuelto sordo”. Como es natural, por estas conversaciones asoman otros personajes que aquí son secundarios como Picasso, Lorca, Aragon y Dalí, entre otros muchos; e instituciones como la Residencia de Estudiantes y el grupo de los surrealistas, al que Buñuel se adhirió en 1929. Acerca de ello confiesa el autor de Un perro andaluz que “yo no era surrealista cuando llegué a París. Me parecía cosa de maricones. Leía sus cosas para reírme, igual que años atrás leía Ultra para divertirme en el tranvía, en Madrid. Y me sucedió lo mismo, acabó por metérseme dentro. (…) Sin embargo, cuando cierro los ojos, yo soy nihilista. De verdad, un nihilista total, un nihilista completo, sin reservas de ninguna clase”.

Las páginas en las que Aub habla de su conocimiento de las vanguardias constituyen una fuente privilegiada de información acerca de las mismas. Y es que no en vano Aub fue en su tiempo de los pocos intelectuales españoles que verdaderamente poseían una cultura internacional y de actualidad. De ello se desprende un profundo dominio del laberíntico itinerario de regeneracionistas, bohemios, ultraístas y demás tendencias, a través de las cuales guía al lector sin omitir opiniones a veces sorprendentes. Pero es que éstas no podían faltar en el legado de quien siempre fue contra la corriente establecida, cuyas independencia y originalidad fueron sólo comparables a la inmensa variedad de sus inquietudes y al rigor con que las afrontó. Un legado, como se ha dicho, que excede al de sus protagonistas, que constituye la suma total de la obra aubiana y que retrata eficazmente los esfuerzos, las ilusiones y los desengaños de una época, la cual este libro, tantos años después de que empezara a ser escrito, ayuda a rescatar.
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* El País, 2 de noviembre de 2013
** José Ramón Martín Largo, El escritor con la cámara. Max Aub, la novela moderna y el cine (Biblioteca Valenciana, 2003), pp. 85-86.

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