viernes, 14 de marzo de 2014

DISPARATES / 101

Max Liebermann, La familia
Liebermann
 (detalle), 1926
Una cuarteta de la zarzuela La Marsellesa, de Manuel Fernández Caballero, dice así: “El pensamiento libre proclamo en alta voz, y muera el que no piense igual que pienso yo”. El pensamiento libre es como los monstruos que pueblan los lagos escoceses, cuya existencia muchos dan por cierta, aunque nadie los haya visto. El siguiente artículo, que se publicó hace unos días en la revista literaria estadounidense Storyville Books, trata con humor el estado actual del libre pensamiento, de la así llamada “libre opinión” y de la información “realmente circulante” en nuestros días, centrándose en especial en Estados Unidos y en su cada vez más precaria clase media. Su autor, Stephen L. Oakes, es sociólogo y profesor de la Universidad de Louisiana en Lafayette.

¿HA LEÍDO USTED LA ÚLTIMA NOVELA DE GUSTAV MAHLER?

Stephen L. Oakes

“El estadounidense es la persona más entretenida y la peor informada del planeta”, escribió hace años Neil Postman, lo que en este tiempo de entretenimiento e información global parece haber dejado de ser cierto. Junto a grandes dosis de entretenimiento, los americanos ostentamos el raro honor de exportar nuestra mala información al mundo entero. El entretenimiento es una ruina, y según los expertos los altos costes de producción de Hollywood pronto ya no podrán ser compensados ni siquiera aunque cada habitante de la Tierra se convierta en consumidor de nuestras teleseries y de nuestras carísimas producciones para la gran pantalla. Se buscan nuevos mercados, no se sabe dónde, quizá en la nebulosa de Orión. Hoy el negocio está en las noticias.

¿Qué cultura media tienen los americanos?

Según un reciente informe, los estadounidenses menores de trece años han perdido el gusto por toda forma de literatura, y los educadores que recibieron con alegría el e-book y otros artefactos electrónicos hace unos años han dado ahora marcha atrás. Los adolescentes que se acercan a los libros a través del e-book no se aficionan a la literatura, sino (todavía más) a la electrónica, y el tiempo medio de atención a la lectura se estima hoy entre los jóvenes en menos de dos minutos. Así, Guerra y paz podría ser ciertamente el libro de-toda-una-vida. En todas partes se estimula la velocidad de acceso a la información, lo que se hace en perjuicio de una capacidad de concentración que hoy es ya apenas superior a la de los peces. Los niños y niñas pasan sin embargo la mayor parte de sus vidas ante una pantalla, pero que consigan enterarse de algo resulta incierto. Ahora en nuestras ciudades se organizan competiciones de velocidad en los establecimientos de comida rápida, las cuales se celebran con gran despliegue publicitario. El niño o la niña encarga su comida sobre una pantalla táctil, la cual de paso se lleva por delante unos cuantos empleos, la pantalla incluye varias opciones, también el refresco. La operación lleva en total unos nueve segundos (en el nivel experto), y antes de que pueda darse cuenta el cliente recibe de una máquina automática expendedora el alimento solicitado. No hay platos, sólo un vaso de plástico. En menos de tres minutos el niño ha hecho su solicitud, ha comido y ha cagado. Y todo ello sin tener el más mínimo trato con otra persona. No se sabe si aquello le alimentará, pero el niño mientras tanto ha sido deglutido, devorado y expulsado por una sofisticada y potente maquinaria. Según hemos sabido, un alto porcentaje de estos chicos y chicas de menos de trece años creen tener conocimiento de un libro llamado El castillo del tesoro, El imperio del tesoro o algo parecido, que según parece ha escrito un tal Melville o puede que Twain, y sólo un once por ciento afirmó en una encuesta saber de la existencia de La isla del tesoro, de Stevenson. De ese once por ciento, una tercera parte incluso lo había leído.

Entre los adultos la situación empeora. La creencia que contribuyó a extender en su momento el ilustrado Gotthold Ephraim Lessing, según la cual el individuo podía alcanzar su plenitud y su emancipación personal por medio de la cultura, hace tiempo que pasó a la historia. Los requisitos mínimos para alcanzar una cultura mínima con la que desenvolverse en la vida menguan de generación en generación. ¿Qué hace falta saber hoy para ganarse el respeto de los vecinos, los compañeros de trabajo y los propios hijos? Apenas nada. Ello explica que los adultos participantes en otra encuesta hayan obrado el milagro de haber leído el último libro de Gustav Mahler, aunque no hayan conseguido ponerse de acuerdo acerca de esta cuestión: si se trata de una novela histórica o policíaca. En breve espero escuchar también la nueva sinfonía catártica de Allan Poe.

La falta de cultura, dicen algunos expertos, se equilibra con la abundante información. Pero ¿qué información es esta?

La clase media americana, y ahora también la global, opina con pasmosa ligereza acerca de acontecimientos sucedidos en países que son incapaces de situar en el mapa, ni siquiera por aproximación. Es lógico que sea así, pues ello se desprende del irrenunciable derecho de esa misma clase media a una información completa y veraz. El problema es que casi nunca es una de tales cosas, y ambas, jamás.

La prensa de hoy informa de que los movimientos de tropas rusas cerca de la frontera ucraniana han provocado la caída de la Bolsa, lo cual es malo. Esto es cierto, pero sólo en parte. El consumidor pasivo de información debe pasar a la acción y convertirse en periodista aficionado si quiere enterarse de que uno de los sectores más perjudicados por las pérdidas en la Bolsa es el de las aseguradoras y las compañías médicas. Cuando el gobierno proruso de Ucrania fue sustituido por un gobierno proeuropeo y proamericano el sector de los negocios de la salud provocó una irresistible y general subida de la Bolsa. Y es que dicho sector vio en el cambio de gobierno una promesa de desmantelamiento de la salud pública de Ucrania (que no es de las mejores de Europa), y un campo abierto a la rápida obtención de beneficios. Ahora el horizonte no parece tan claro, y vuelve a contemplarse la posibilidad de una continuación del sistema sanitario público y gratuito en Ucrania, razón por la que la Bolsa baja. Por el mismo motivo ha bajado la cotización de las grandes compañías energéticas, en especial las del gas. Todo esto es malo, sí, pero ¿para quién?

Tales informaciones no llegan al consumidor pasivo, el cual ya se considera feliz si logra repetir con buena entonación las consignas lanzadas por la prensa. Que un país eslavo se enemiste con otro país eslavo, ¿es una buena noticia para el mundo? ¿Lo es para los eslavos de un lado o de otro? ¿O sólo para las grandes corporaciones?

Los bosnios podrían hablar a los ucranianos de los efectos que tienen las privatizaciones en la economía. Hace unas semanas, mientras las televisiones transmitían en directo las escalofriantes imágenes de Ucrania, otra revolución tenía lugar en Bosnia, donde la situación de la economía es todavía peor, pero los medios apenas informaron de ello. Los archivos municipales y los registros civiles de Sarajevo fueron incendiados, hubo cientos de heridos, pero seguimos sabiendo muy poco de lo que sucede en ese país balcánico, que como la mayor parte de Europa es hoy un protectorado alemán. ¿Por qué? Pues porque dicha revolución de Bosnia no ha sido programada ni teledirigida desde Occidente, ya que de ella no podemos obtener ningún beneficio. Más bien sucede al contrario: la inestabilidad balcánica, provocada y nutrida en su día por Occidente, es hoy una mala noticia para nuestros negocios, y un contagio de la misma a Croacia y Serbia, donde las poblaciones tienen las mismas dificultades, podría resultar fatal, especialmente para la banca alemana.

La clase media, como dijo Max Weber, imita y reproduce los valores de los ricos y de los muy ricos, pero lo que entre estos es elegancia, glamour y sofisticación, en aquélla no es más que chabacanería. La clase media americana se identificó hace tiempo con los valores y los intereses de los grandes magnates, pero dicha apresurada identificación es para ellos un error táctico. La clase media americana es la principal sostenedora del sistema político y económico, del nacional y del internacional. Las sucursales de esa clase media en Europa sostienen también a sus propios gobernantes, en perjuicio propio. Y no sólo eso: pues está comprobado que cuanto más frágil se vuelve la posición de la clase media, mayor es la identificación con sus élites. Éstas son las responsables de la pérdida que aqueja a la clase media global de status quo, a lo que ésta responde de manera suicida apropiándose con más entusiasmo del material informativo realmente circulante, haciendo suyas las tesis y las consignas con las que es bombardeada a diario.

La libre opinión nunca fue menos libre, de lo que se desprende que el negocio informativo sea hoy más boyante que nunca. Hay, es cierto, cauces por los que acceder a una información de mejor calidad, sobre todo por medio de internet, pero este acceso requiere un esfuerzo y una curiosidad que por definición están excluidos de la mentalidad del consumidor pasivo, el cual así está totalmente privado de la facultad de formarse un criterio propio. Los acontecimientos que mañana serán noticia se están gestado ahora mismo en despachos y salas de reuniones, donde se decide qué tendrá que decir y que tendrá que pensar mañana nuestra ignorante, sumisa y aborregada clase media.

Dediquen a la información ese tesoro que poseen y que se llama crítica. Lean ustedes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario